lunes, 14 de diciembre de 2009

Reinventandose...


HOLA!!!

AA PUES LA VERDAD YA SE KE NO MUCHOS VISITAN ESTE BLOG , DE HECHO DUDO DE KE ALGUIEN LO HAGA PUES NI YO MISMA QUE SOY LA DUEÑA LO HAGO JEJE , EN FIN ... EL MOTIVO DE KE ESTE DE NUEVO X AKI ES KE HE DECIDIDO HACER UN BLOG DONDE PONGA LOS ROMANCES MAS BELLOS DE COMO LO DICE EL TITULO : LITERATURA ... Y PUES SI TIENEN SUGERENCIAS Y ALGUN DATO QUE SE ME HAYA PASADO , L@S INVITO A QUE ME LO HAGAN NOTAR Y OJALA ALGUIEN SE PASE X AKI!!!

SALUDOSS!!

ATT. ALEXA ( ROMANTIK EMPEDERNIDA SIN LLEGAR A LA CURSILERIA ^^ )

viernes, 25 de julio de 2008

q-riosidades

Sucesos increibles El rey visigodo Chindasvinto, ordenó catrar a todo aqule que fuese sorprendido practicando la sodomís, salvoque el sodomita perteneciese al clero.

Hasta principios el siglo XX, estuve vigente en Inglaterra una ley que permitía al marido pegar a la esposa, siempre ycuando, la vara no fuese más ancha que el grosor del pulgar .

La reina Francesa, Catalina de Medicis, decretó que para ajustarse al al canon de belleza, las damas de su corte, debñian de tener una cintura de 35 cm.

Según la tradición francesa, los cuchillos de mesa, tiene la punta redondeada, desde que el cardenal Richeliu mandó redondearlos, al ver que el canciller Pierre Séguier, los utilizó ante el, para limpiarse los dientes con la punta.

El teninte ruso I.M Chisov, sobrevivó a una caida de 6.700 metros esde un avión averiado. A pesar deladesgracia, de sufrir tan grave accidente, tuvo la fortuna e carer en la ladera de una montaña nevada, resbalando porla pendiente:sufrió varias fracturas, y daños, pero sobrevivio sin mayores contratiempos

El 15 de mayo de 1933, una agencia de noticias dio a conocer la increible noticia de que el ciudadano chino Li Chung acababa de morir en beijing. Lo curioso del caso es que se aseguraba que este hombre habia nacido 253 años antes, en 1860.

El 12 de marzo de 1977, el ciudadano danés Jens Kjer Jension, fue dado de alta, definitivamente en el hospital de la ciudada de Hoven, tras haberle sido extraidas de la piel exacamente 32.131 espinas a lo largo de un periodo de 6 años, en el que hizo 248 visitas al hospital.Jension había tenido la mala fortuna de tropezar y caer sobr euna pila de agracejos (un arbusto espinoso ornamental muy comun) cortadoa de su jardin, siendo trasladado inconsciente al hospital.

Los mellizos Dougie y Debbie Sehee, nacieron con 48días de diferencia. Por su parte, las gemelas italo-estadounidenses diana y Mónica Berg, nacieron respectivamente el 23 de diciembre de 1987, y el 30 de enero de 1988, es decir , con 39 días de diferencia.

Diversos ocupantes de la Casa Blanca, norteamericana, an asegurado que ee fantasma de Abraham Lincoln merodea por los pasillos de la residencia presidencial. Entre los que aseguran haberlo presentido o visto, estuvieron el presidente TRuman, o las primeras damas Roosevelt y Coolidge. Incluso, durante una visita oficial, la reina Guillermina de Holanda (1988-1962), se desmayóa al ver el fantasma de Lincoln, paseando por los pasillos de la Casa Blanca.

Se cuenta que Charles chapli, se presentó en cierta ocasión a un concurso de dobles de charlot, celebrado en Montecarlo. Quedó en tercer lugar. Grandes amantes Según las crónicas, el califa Abderramán II de Córdrba, sólo hacía el amor con vírgenes, no repitiendo nunca con la misma mujer.

Al pareceer, el rey español, Fernando VII, contaba con un órgano genital, de tales dimensiones desmesuradas, que hizo aconsejable, que le reina María Cristina, tomase medidas preventivas, por preescripción facultativa. La reina, por consejo médico, interponía una almohadilla agujereada a la entrada de su vagina.

La reina Zingua de Angola, que rigió aquel pais a principios del siglo XX, ha pasado a la historia, coo una ninfómana, ejemplar. La reina, que contaba con un amplio y surtido harén a su entera y exclusiva dispoción, se divertía organizando cobates a muerte entre sus esclavos, ofreciendo su cuerpo como galardón al campeón, que tras una noche entera, de servicios reales, tb moría, al alba. En cierta ocasión, llegó a decretar la muerte de todas las mujeres embaradas de su reino, pues no aceptba, que ninguna de sus súbditas, hiciera gozar a los hombres.Se cuenta que mantuvo un conportamiento similar, hasta que súbitamente, se convirtió al catolicismo, al cumplir los 77 años, y cambió por completo su actitud antye la vida ( ¿ya era hoara, no? )

El rey Carol II de Rumania (1893-1953) fue, al contar de las crónicas, lo que se conoce como un "verdadero atleta sexual". Se dice, que debido al "anormalmente largo órgano sexual" de su majestad, era necesario ampliar quirúrgicamente la capacidada vaginal de susu amantes, so riesgo de que estas, caso de no hacerlo asi, muriesen como consecuencia de roturas del perineo.

El general chino CHang Chumh Chang (1880-1935) fue duranteaños muchos años un conocido y adimrado amante que dominó la escena galante de la corte manchú de la China de comienzos del siglo XX. El general era más conocido, por razones anatómicas obvias, como: el general de las tres piernas, y Chang, cañón del setenta y dos.

El escritor inglés Charles Dickens (1812-1880) compartió domicilio consu esposa, Kate Hogart, y las dos hermanas de esta, Maryy Georgina, con quienes aparentemente tuvo una relación más que amistosa. Sin embargo, a despecho de este posible matrimonio a varias bandas, su verdadero amor fue la actriz Ellen Ternan. NO obstante, a pe4sar de esta copañía nocturna, Dickens sólopo día dormir, al parecer, si colocaba la cabecera de la cama exactamente hacia el norte, y se echaba exactamente en su centro.

coset

Cada vez que te acercas a un quiosco de diarios, eres distraido por hermosas mujeres desnudas o casi desnudas que, en poses diversas exponiendo lo mas atractivo de sus voluptuosidades te observan ofreciendote sus inquietantes frutos carnosos. Ya no en ajustados envoltorios para resaltar su figura como en tiempo de nuestros abuelos, sino que, ahora las chicas de las portadas o del afiche propagandistico si es que llevan algo de ropa, esta es tan escasa que desaparece en las profundidades de las curvas de su paisaje anatomico restandole esfuerzos a la imaginacion. Un cuerpo de mujer atrae, confunde, intriga, invita, subyuga, inquieta, estimula, distrae, hace flaquear las piernas y ayuda al macho, siempre influenciable por la piel femenina y la debilidad de la carne, a seleccionar el auto, la cerveza, los cigarrillos, el vino, la tuerca y el tornillo a la hora de la eleccion comercial. Damas en poca ropa son una buena guia para el hombre desorientado a la hora de elejir un producto!
Las Voluptuosidades de las damas en cuestion, marcan la tendencia de lo que se denomina el ideal de belleza fisica anatomica occidental, es decir la facha externa que una dama moderna deberia alcanzar para envidia des sus pares y regocijo del macho. Un par de pechugas carnosas simetricas, firmes y elevadas como frutas maduras en epocas de cosechas, una cintura que se estreche por los 60 cms señalando el cambio de horizontes entre las protuberancias frontales y las posteriores; un suave cambio de paisaje que invita al ojo masculino a detenerse en el, mas alla de lo saludablemente recomendado. El cuadro se completa con un par de caderas amplias generosas, firmes para soportar los musculos de la region glutea que deben orientarse correctamente y en armonia con la parte alta delantera. La armonia del todo, de esta esquisita unidad bien empaquetada y encaramada en un par de zapatos de taco alto, es el producto idealisado de una mujer moderna accidental. Una caracteristica muy sobresaliente que destaca las cualidades de la mujer que, es capaz de ser voluptuosamente irresistible a la vez que puede realizar las mismas labores del macho en tacos altos sin siquiera despeinarse. Nunca se ha sabido de hombres con esas cualidades. Asi queda entonces establecido por codigos de conducta humana, dictados por los centros de poder industrial de la sociedad moderna donde la mujer -para decirlo de modo suave- esta a disposicion visual y disponible para el macho a tiempo completo.

Los cuerpos en tiempos modernos se moldean con ayuda de la ciencia medica, que deriva a sus mejores cirujanos hacia la industria de la belleza. Lo que la madre naturaleza no da o da en exceso, el bisturi certero del cirujano plastico lo agrega o lo retira rectificando las falencias. Pechugas de silicona y culos postizos a gusto del cliente se ofrecen en el mercado de la carne. Labios que se hacen carnosos y rostros que se modifican y rejuvenecen completan el cuerpo ideal. Todo tiene su precio y para ser bellas no solo hay que ver estrellas sino que hay que invertir mucho dinero tambien y soportar la tortura que significa las operaciones quirurgicas para modificaciones anatomicas. La modernidad y el patron de belleza actual asi lo demandan. El hombre no esta exento a las exigencias del la modernidad y tambien reclama lo propio pero, sus demandas son mas limitadas y se enfocan a la zona genital, sometiendose a modificaciones quirurgicas que tienen que ver con el largo y el ancho de su apendice reproductor; esta conducta no siempre tiene relacion con la voluntad de varon de complacer a las damas sino que, va mas acorde con la competencia entre machos a la hora de la ducha despues de la practicas deportivas o la visita al gimnasio. El culto al falo como practica entre hombre aun esta vigente y la utoestima del macho tiene directa proporcion con los centimetros que le cuelgan entre las piernas!

La figura idealizada de un cuerpo femenino ha ido variando con el paso del tiempo y no es un fenomeno moderno, sino que este a corrido paralelo con la evolucion de hombre pero, tambien ha sido un asunto que ha ocupado principalmente al sexo femenino. La mujer ha sido el objeto decorativo o sobre quien ha caido la carga y la responsabilodadad de la belleza fisica. El hombre ha salido sin mayores heridas de esta competencia y no ha sido necesario esfurzos extraordinarios en el para mostrarse bellos pues desde siempre se ha considerado que esto es asunto de mujeres y el hombre tiene y ha tenido tareas y asuntos mas supremos que atender que las de su propio cuerpo.

Cuando la industria de la belleza aún no habia ingresado al quirofano, las damas para moldear su figura y repartir sus encantos proporcionalmente a lo largo de su cuerpo, hacian uso de metodos realmente mortificantes echando mano a prendas que eran verdaderas maquinas de tortura para disminuir la cintura o empaquetar el busto a nivel del cuello: el coset! Esta prenda acompaño al hombre desde antiguo hasta epocas tan recientes como mediados de los 1900 en que nuevas modalidades y metodos de belleza hacen su entrada. Sin embargo, la prenda no ha desaparecido y de vez en cuando se ofrece en diversas variantes para ocultar o resaltar espacos anatomicos que insisten porfiadamente en exponerse mas alla de lo permitido.

Hagamos un recorrido historico por el corset y sus bondades. Existen pruebas escritas que esta prenda ha existido desde hace mas de 3000 años, entonces se podría pensar que ya existia desde mas temprano aun. 1500 años antes de cristo, tanto hombres como mujeres amarraban sus cinturas con cuerdas en una especie de corset en la isla de Creta pero, esto no era el inicio de la costumbre ni tampoco la ultima vez que el “macho” se interesaba por las dimensiones de su propio cuerpo. Cuando la cultura griega alcanzaba su apogeo, las mujeres no usaban corset pero, cuando esta empezo a decader la mujer echo mano al corset, no para impedir la caida cultural sino que, para marcar las caderas. Hipocrates, el padre de la medicina moderna se oponia a voz en cuello contra el uso del corset en la isla de Kos. Tambien se levantaron voces de oposicion en otros sectores de la sociedad. San Clemente que vivio en los años 200, critico duramente a las damas de su epoca por el uso de aparatos artificiales para introducir cambios en las formas naturales del cuerpo. Estos aparatos artificiales no solamente eran construcciones para sostener el busto, como se podria creer, sino que ademas de esa funcion primaria el Corset se extendio en usos para hacer la cintura mas estrecha, las caderas mas anchas, levantar el busto y aplastar protuberancias: una prenda muy versatil!

El corset como se conoce hoy en dia se invento en España a fines del siglo XIII y Catalina de Aragon lo llevo a Inglaterra. La consorte de Enrique II de Francia, Catarina de Medici lo introdujo a su pais, al mismo tiempo que lograba comprimir su cintura al extremo de 33 cms de diametro, lo que podria considerarse la medida ideal para las damas de la epoca: un verdadero martirio. Tanto damas como varones usaban la prenda que era muy similar en construccion, un triangulo de material duro con su parte angosta orientada hacia abajo. Se usaba con dos objetivos, en parte para sostener en su lugar las lineas de la cintura y en parte para que las ropas se mantuvieran lisas y sin pliegues pues, las arrugas en la ropa se consideraban en aquel tiempo como descuidos imperdonables. En tiempos de la reina Elizabeth I (1558) el corset adquiere nueva funcion. La reina habia tenido durante toda su existencia el busto pequeño y poco desarrollado pero, eso no era inconveniente sino que, ese era su orgullo y usaba vestido adecuados para exponer sin disimulos sus modestas gracias. Con el tiempo las pequeñas frutas de Elizabeth maduraron y se marchitaron y entonces la astuta reina mando construir un corset que se prolongaba sobre su alicaido busto aplastandolo completamente, de esa manera Elizabeth ocultaba su pequeño busto. Las damas de la epoca aunque entradas en edad adoptaron la prenda que, aún en ausencia de un busto firme y atractivo las hacia verse mas jovenes.

A fines del siglo XV el corset sufre nuevos cambios y se hace plano en el frente y es dotado con cordones en la espalda. Los estomagos se aplastaban aun mas y el busto se pesionaba hasta la altura del cuello. La revolucion francesa hizo caer la prenda en deshuso pues, asi lo dictaba el mandato de la academia de artes y ciencias: la mujeres bien vestidas de Francia no deben llevar zapatos, calcetas, korset o medias. Esta actitud no tuvo larga vida pues, la mujeres francesas buscando el ideal de belleza griega volvieron a retomar el corset para ayudarse en el empeño. Ahora la prenda era corta y se llevaba en una especie de cinturon ubicado debajo del busto que presionaba este hacia arriba. Las francesas siempre han sido muy independientes y aunque Napoleon odiaba el corset, al que llamaba “El asesino de la raza humana”, sus dos esposas usaban la prenda. El motivo de los odios de Napoleon hacia el corset era politico-militar pues el consideraba que la prenda tenia efectos negativos sobre la natalidad y sus intenciones militares necesitaba de nacimientos masivos para los futuros soldados de la patria.

A comienzos del siglo XIX el corset seguia teniendo gran difusion y para alcanzar las medidas ideales que se exigia a las damas de la epoca, las chicas desde la temprana pubertad eran sometidas al tratamiento de cargarlo e incluso no era extraño que mucahitas de 10 a 12 años se les obligara dormir con el artificio amarrado a sus jovenes cuerpos. Por supuesto que el uso de la prenda, considerando los extremos a que se habia llegado, causaba problemas a las damas victorianas que se desmayaban con demasiada frecuencia. Los vahidos y perdidas de conciencia de las damas Victorians tenian una explicacion medica; el diafragma (musculo regulador de la respiracion) apretado, comprimido, limitado y compungido nos podia realizar su funcion pues, no tenia espacio para inhalaciones profundas de la dama del corset. A traves de presionar el estomago y otros organos internos constantemente con el corset, las damas iban paulatinamente perdiendo el apetito y con el tiempo la carencia obligada de ingerir alimento paso a ser norma y ademas de la carga fisica que les imponia el corset, las damas debian dignamente abstenerse de las delicadeses de la buena mesa: era de mal gusto que una dama expresara sentimientos de atraccion por la comida!

Los medicos protestaban contra el uso del corset, alegando que la moda detruia sus organos internos. Un medico en Lyon afirmaba en 1885 que la prenda era cusante del prolapso, enfermedad femenina de la epoca de consecuencias a veces muy lamentables. Se hizo intentos por modificar esta situacion pero el resultado fue peor ya que el corset empezo a ocacionar prolapsos rectales. Las damas insistian en resaltar las partes anatomicas que se creian atractivas para el macho de la epoca, el busto. Ellas, sin consideracion por su propia salud, comprimian aun mas su ya reducida cintura, presionaban el busto hacia arriba y las caderas hacia atras con esta maquina de tortura que las empaquetaba de medio cuerpo, desde las caderas hasta las axilas restandoles movilidad, dificultando la respiracion obligandolas a permanecer de pie pues otra postura resultaba practicamente imposible. Un efecto secundario que esta practica traia anexa, era daños en diferentes grados y magnitud sobre la columna vertebral.

Despues de la segunda guerra mundial, las mujeres reaccionaron unidas contra la exigencia de resaltar el busto y las caderas, se echo a corre una ola de emancipacion, la igualda entre los sexos se convirtio en una una demanda femenina pero, el resultado fue que las damas se masculinisaron y hacian esfuerzos por parecerse mas y mas al varon. El pelo se acorto, las formas se alisaron, las caderas se disimularon y toda protuberancia inquietante que pudiera interferir en la diferenciacion se ocultaba. La moda duro poco y las damas retomaron de nuevo la costumbre de destacar sus formas en relacion con la caida de una cantidad de tabues sexuales y las mujeres recuperaron su naturalidad. El busto femenino continuo siendo objeto de gran atracctivo e interes pero, su moldeamiento ya no se hacia con el corset sino que con un moldeador indepeniente. La cintura y las caderas eran tratadas con mas delicadesa con agregados o prendas mas benignos. El desarrollo siguio buscando prendas cada vez mas amables con el fragil cuerpo femenino y el sosten paso a ser un elemento que apenas puede lastimar al mas sensible de los bustos en la fragilidad de un cuerpo de mujer.

Del corset al sosten y de sosten al bisturi! Alguien se atreve ha poner en duda el dinamismo del desarrollo humano?

Jorge

mujeres nobles poco o mucho conocidas. ^^


Elena de Mecklemburgo-Schwerin

sábado, 19 de abril de 2008

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viernes, 18 de abril de 2008

la secretaria privada de adolf hitler...

Traudl Junge

omg its hitler

Intimidad en el bunker
Un documental austríaco exhuma la figura de Traudl Junge, secretaria privada de Adolf Hitler hasta el colapso final del régimen nazi. En 90 minutos estremecedores, Junge, de 81 años, hace memoria y desgrana con lujo de detalles todo lo que vivió a los 21, codo a codo con el Führer, y nunca antes se había atrevido a contar.

por Ariel Magnus (desde Berlín)
Traudl Junge (1921-2002) fue la secretaria privada de Hitler desde fines de 1942 hasta el fin de la guerra. Durante más de medio siglo se negó a hablar públicamente de sus experiencias. Poco antes de morir, sin embargo, aceptó conceder una serie de entrevistas a dos cineastas austríacos, André Heller y Othmar Schmiderer, que luego condensaron diez horas de material en los 90 minutos secos, austeros, estremecedores, de El punto ciego. El documental, que prescinde de toda imagen de archivo, de música y hasta de la intervención de sus realizadores, se limita a mostrar a Traudl Junge a los 81 años, exorcizando frente a la cámara sus días junto a Hitler. Lo que sigue es una selección resumida de sus recuerdos.

Conocía a Hitler por las revistas y por sus apariciones en público. Pero cuando lo vi personalmente, en cambio, era un hombre mayor, agradable y amistoso, que hablaba en voz baja y sonreía.

Sabía que en el lugar iba a hacer frío, porque a Hitler no le gustaban las piezas calefaccionadas. Me atendió muy amablemente; me dijo que no tuviera miedo, que yo no podría cometer tantos errores como él. Empezó a dictar, y a mí me temblaban tanto las manos que no le pegué ni a una letra. Miré la hoja: parecía chino. Pero gracias a Dios (o quizá, por lástima) en ese momento se fue a hablar por teléfono y yo pude traducir el dictado al alemán.

Cuando me preguntó si quería trabajar con él, agregó: “A veces tengo problemas cuando tomo secretarias jóvenes y bonitas, porque se me casan”. Y yo, en mi ceguera, le dije: “Mi Führer, ya viví 22 años sin un hombre. Para mí eso no es problema”. Se rió a carcajadas.

El corte ocurrió en febrero del ‘43, después de Stalingrado. Antes, Hitler comía con sus oficiales; ahora, en cambio, se le ocurría hacerlo con sus secretarias. Quería relajarse, que no le preguntaran por Stalingrado o esas cosas.

Nunca tuve la sensación de que persiguiera fines criminales a conciencia. Para él eran ideales, grandes objetivos. Y para cumplirlos caminó sobre cadáveres. Pero eso recién lo entendí más tarde... Cuando llegué al cuartel general, me dije que había llegado a la fuente de la información. Pero era el punto ciego. Es como en una explosión: hay un punto en donde reina el silencio.

Sus erres bien marcadas y sus rugidos, jamás se los escuché en privado. Hablaba suave, en ese estilo silencioso, austríaco... Usaba palabras que eran típicas de Austria. Fuera de sus problemas de estómago y de digestión, daba la impresión de ser muy saludable. ¡Con la vida insalubre que llevaba! Había que resistirla. No fumaba ni tomaba alcohol, pero eso no basta para dar salud... Dependía mucho de su gastroenterólogo. Todo el tiempo le prescribían pastillas para la digestión y para los gases.

Hitler no quería que lo tocaran. Tampoco usaba la ropa típica de Baviera; decía: “Tengo las rodillas demasiado blancas, soy tan poco deportivo...” También decía: “Eva quiere que me mantenga siempre con la espalda derecha, pero yo le digo: ‘Si vos llevaras en el bolsillo llaves tan pesadas como las mías...’”. Hablaba mucho de cosas privadas. Era un hombre prolijo. Se lavaba las manos cada vez que acariciaba a su perra Blondie. Blondie podía ser tema de conversación durante noches enteras. La creía una perra inmensamente inteligente y refinada. Y ella dependía mucho de él, aunque había sido entrenada por otro y Hitler no era el que la alimentaba...Blondie podía cantar. Aullaba, y Hitler le decía: “Blondie, cantá más profundo”, y ella bajaba un tono. Estaba muy orgulloso de que la perra lo obedeciera por completo.

Hoy todo suena tan anecdótico, tan banal. Esas facetas de su persona no tienen ya importancia. Para mí fue muy importante compartir con él esos rasgos humanos, pero hoy, al describirlos tan en detalle, casi me avergüenzo.

Una vez la señora de Himmler habló de los campos de concentración. Hitler le contestó que a los incendiarios había que ponerlos como bomberos y se acababan los incendios. Esa fue la única vez que se habló del tema en privado. La palabra “judío” nunca se mencionó. El único recuerdo que tengo es que una noche la mujer de Schirach le habló de la situación horrible de los judíos en Amsterdam. Él le dijo que eso era sensiblería y que no se metiera en cosas que no entendía. Se levantó y dejó la sala. A la señora Schirach no la invitaron nunca más.

A veces pienso que si tuviera la posibilidad de encontrármelo a Hitler de nuevo, en este o en otro mundo, le preguntaría qué habría hecho si hubiera descubierto sangre judía en su propio árbol familiar. Si se habría gaseado a sí mismo.

No pensaba en dimensiones humanas. La humanidad no jugaba ningún papel para él: siempre era el superhombre, la nación. El individuo nunca le importó.

Tenía ideas bien primitivas. Por ejemplo: “Al héroe más grande le corresponde la mujer más hermosa”. No podía entender que un hombre que tenía una mujer hermosa la engañara con una menos hermosa. No podía entender que una mujer tuviera otra cualidad más allá de una belleza inmaculada. No creo que haya sido un conocedor de las mujeres. Tampoco tuve la sensación de que su relación con Eva fuera muy erótica. Pero las mujeres, no sé por qué, se volvían locas por él.

Una vez hizo el siguiente comentario: “Los hijos son siempre un riesgo; a veces los hijos de genios terminan siendo cretinos”. Aunque yo era una joven ingenua, el comentario me pareció bastante raro. ¿Cómo es posible verse a uno mismo como un genio?

Después del atentado, el 20 de julio de 1944, fuimos al bunker y lo vimos en la antesala. Se veía tan ridículo que casi se nos escapa la risa. Tenía los pelos de punta, los pantalones hechos jirones, pero nos saludó con una sonrisa triunfal y dijo: “El destino me ha protegido, señal de que debo llevar mi misión hasta el fin”. Esa tarde vino Mussolini de visita y Hitler lo llevó todo orgulloso al lugar del accidente... Estaba eufórico. Sentía que le habían confirmado que estaba en el camino correcto.

Uno tenía dudas en el fondo de su corazón. Pensaba si todo estaba bien así como estaba. Pero preguntarse en serio, o discutir... Para eso hace falta coraje.

Hitler nunca vio una ciudad destruida. Viajábamos con las persianas bajas, en trenes especiales, a través de Alemania. Y cuando llegábamos a Berlín, de noche, el chofer buscaba las cuadras que estuvieran lo menos dañadas posible.

No le gustaba tener flores en su cuarto. Decía que no quería tener cadáveres alrededor. Es algo muy curioso: alguien que mata a tantos hombres no quiere tener flores muertas en su cuarto.

El 22 abril de 1945, Hitler llamó a todos los generales a una reunión. En algún momento salió y llamó a todas las mujeres y dijo: “Todo está perdido, deben huir”. También dijo que se iba a pegar un tiro. Eva le agarró las manos y dijo: “Yo me quedo”. Entonces él la besó en la boca, algo que no le había visto hacer jamás con nadie. Y yo también dije que me quedaba. No sé por qué lo dije. No podía imaginarme dónde ir. Hitler dijo: “Me gustaría que mis generales fueran tan valientes como ustedes”.

Los que nos quedamos en el bunker seguimos arrastrando nuestras sombras. No teníamos ni idea de qué día era, comíamos sin horarios. Desde ese momento, todas las conversaciones giraban en torno a cómo podíamos poner fin a nuestras vidas de la forma más segura y rápida. Nosotros, claro, le decíamos que por qué no intentaba salir, pero él decía: “No quiero caer con vida en las manos del enemigo”. “Pero ¿por qué se quiere suicidar a toda costa?” Y él decía: “Soy demasiado débil para luchar al frente de mis tropas, y ninguno de mis hombres de confianza va a matarme si se lo pido, así que tengo que hacerlo yo mismo”. Recibió pastillas venenosas de Himmler, y nosotros le rogamos que nos diera a nosotros también. Él nos las dio, diciendo: “Hubiera preferido regalarles algo más lindo para la despedida”.

El 24 abril llegó la Señora Goebbels con sus seis hijos, que estaban contentos porque venían a visitar al tío Hitler. La atmósfera estaba muy tensa en el bunker; a cada hora llegaban informes y había reuniones. Pero ya la guerra había acabado. Hitler perdió todas las esperanzas. Se sentó en el corredor, con una de las crías de Blondie en el regazo, y lo único que hacía era mirar hacia adelante, indiferente. Qué es lo que esperaba, no lo sabemos... Ahora todo ocurría ya sin ceremonias. Algunos incluso empezaron a fumar adelante de Hitler. Se hacían chistes del estilo de “La cabeza en alto, mientras la tengamos”. Todo esto hay que imaginárselo con el ruido infernal de las bombas. Y sin embargo, cuando había un momento de calma salíamos al parque y... ¡arriba era primavera! En uno de esos paseos, Eva Braun vio una náyade en una fuente y se maravilló tanto que bajó al bunker y le dijo al Führer: “Si ganás la guerra, por favor, comprame esa figura”. Y él le dijo: “Es del Estado. No puedo comprarla y ponerla en tu jardín privado”. Y ella le contestó: “Pero si conseguís ganarles a los rusos podrías hacer una excepción”. Y después se hablaba de cómo suicidarse de la mejor manera. Lo más seguro es dispararse en la boca. Eva decía que quería ser un cadáver lindo, que tomaría el veneno.

La vida en el bunker era sombría. Pero pasaban cosas. Una chica de la cocina se casó. Trajeron a alguien del registro civil al bunker, buscaron a los padres de la novia en la ciudad bombardeada y se casaron y hubo festejo bajo el tronar de la artillería y de las granadas. Creo que incluso se llegó a bailar al ritmo de una armónica.

Después de la traición, Hitler no confiaba en nadie y quiso probar en su perra las pastillas venenosas. Funcionó muy bien: la pobre Blondie murió envenenada. El olor al ácido cianhídrico se extendió como una manta por el bunker. Era espantoso.

El 28, Hitler se casó con Eva Braun. Después de la ceremonia me pidió que lo acompañara: quería dictarme algo. Se apoyó sobre la mesa con las manos cruzadas y dijo: “Mi testamento político”. Y yo pensé: ahora me voy aenterar de la verdad, ahora va a disculparse y explicarlo todo. Pero cuando empezó a hablar eran las viejas frases: los judíos tienen la culpa, la lucha era necesaria para evitar lo peor... Mientras tanto, el pequeño círculo festejaba el casamiento y brindaba con champaña.

Y estaban los chicos. Y la señora Goebbels, que caminaba por ahí como un fantasma, con el veneno en el bolsillo. Nosotros teníamos nuestra propia muerte, pero ella tenía que vivirla por seis. A los chicos se les dijo que si vivían tan cerca del tío Hitler tenían que ser vacunados.

No sé cómo pasamos los días. Sólo me acuerdo del 30 de abril. Los chicos tenían hambre y les di algo de comer, pan con manteca y compota de cerezas, o algo así. Y ellos estaban contentos. Contaban las bombas que caían porque se sentían tan seguros en el bunker... Después se escuchó una explosión y uno dijo: “Ésa dio de lleno”. Y yo creo que ése fue el disparo con el que Hitler se mató. Pero me olvido de contar que Hitler se despidió, por supuesto. Nos hizo llamar. Fui hacia él como una muñeca de cera y él estaba ahí con una expresión bien lejana, ya no de este mundo. Me abrazó y me dijo: “Señora Junge, trate de salvarse, y salude a Baviera por mí”.

A la señora Goebbels le ofrecieron salvarle a los hijos, pero ella dijo que no. “En una Alemania sin nacionalsocialismo, mis hijos no tienen ninguna chance. No quiero entregarlos a la burla y la vergüenza.” Nosotros no podíamos imaginarnos cómo sería la vida afuera. Estábamos tan aislados de la vida real, incluso de la guerra. Sólo teníamos esas visiones espantosas que Hitler había pintado en las paredes: todos los hombres serían castrados, todas las mujeres violadas, se volvería a un estado primitivo. Eran visiones de El Bosco.

Después de escuchar la explosión vino Otto Günsche, pálido como un cadáver, y dijo: “Acabo de cumplir la última orden del Führer: lo quemé”. No bajé a mirar. Tampoco sé qué hice. Ahí hay un hueco en mi memoria. Sólo me acuerdo que cuando volví a aparecer estaban todos en el corredor, bebiendo y fumando. Sentí un odio por Hitler, un odio bien personal, porque de pronto nos había dejado varados. Las otras personas que andaban por ahí eran como marionetas dormidas. No teníamos vida propia. Teníamos el veneno en el bolsillo, pero fuera de eso, nada.

Lo que más me impresionó una vez terminada la guerra es que el mundo era muy distinto de lo que Hitler había profetizado. En un primer momento no pensé para nada en tratar de elaborar mi pasado... Por supuesto que sentí el horror con el proceso de Nuremberg, pero seguía sin establecer la relación con mi propio pasado. Me conformaba pensando que yo personalmente no tenía la culpa, y que tampoco sabía nada de las dimensiones de todo. Pero un día pasé por la placa conmemorativa de Sophie Scholl, vi que había nacido el mismo año que yo y que la habían ejecutado el mismo año en que yo me fui con Hitler. En ese momento sentí que ser joven no era una excusa.

Después de la guerra, Traudl Junge trabajó como secretaria, periodista y consejera para la película El último acto (Pabst, 1955), que describe los últimos días de Hitler en el bunker. Murió de cáncer el 10 de febrero de 2002, algunas horas después del estreno de El punto ciego (Premio del público en la sección Panorama de la Berlinale 2002) y de la publicación de su libro de memorias, En las horas finales. En el cartel que cierra la película se lee que, poco antes de morir, Junge dijo: “Creo que empiezo ahora a perdonarme”.

aberraciones sexuales en la alemania nazi.

Eugen Relgis [1895-1987]
Las aberraciones sexuales en la Alemania nazi
[seguido de «El delirio racista»
por Camilo Berneri]

«El Mundo al día»
número 18, 15 agosto 1949
Ediciones Universo, Toulouse




I
El testimonio de un general alemán en reserva sobre los anormales sexuales. – Las prácticas homosexuales. – Su influencia en la vida social y en la política interior y exterior de Alemania. – Los familiares de Guillermo II. – El conde von Eulemburg y von Holstein, la Eminencia gris. – La prostitución masculina. – El chantaje alrededor del artículo 175. – La diplomacia y los secretos de estado. – La consanguinidad en las esferas monárquicas.

«El historiador que desee estudiar los errores y los extravíos de la política interior y exterior de Alemania de la época que precedió a la guerra (1914-1918), no puede ser indiferente a los problemas morales.»

Es así como empieza un «capítulo penoso» del libro «Mein Damaskus» (Edit. FackeIreiter, Hamburgo 1929), que contiene los testimonios y las memorias de un antiguo general de dragones, Dr. H. C. Paul Freiherr von Schoenaich uno de los jefes del pacifismo activo y presidente de la «Deustche Friedensgesellschaft» que reunía a centenares de grupos y asociaciones que expresaron, en la medida de lo posible, el espíritu de la «otra Alemania», finalmente estrangulada por la tiranía nazi.

El autor añade que los problemas morales que han sido cubiertos con el manto del silencio, se relacionan particularmente con las prácticas homosexuales, que tuvieron un papel mucho más importante de lo que se cree habitualmente. Después de haber esbozado el problema desde el punto de vista científico, es decir, de la evolución biológica, que tuvo necesidad de centenas de millares y de millones de años para llegar a la diferenciación de los sexos, Von Schoenaich muestra que, incluso hoy día, ciertos hombres están animados de sentimientos y de impulsiones de naturaleza femenina y algunas mujeres experimentan el mismo fenómeno sexual, exactamente como los hombres.

La mayoría de los hombres son normales, –es decir, heterosexuales– pero en ciertos periodos de su vida, se sienten atraídos por el mismo sexo y sienten inclinaciones anormales (homosexuales). [4] Estos períodos pueden durar semanas, meses, años, sea en la época de la juventud o a una edad más avanzada, sea en el hombre, sea en la mujer, incluso en la época de su vida común, lo que no excluye los «matrimonios dichosos». El artículo 175 del Código Penal alemán que castiga con la cárcel las relaciones anormales entre «las personas del sexo masculino» (pero no entre las mujeres) ha suscitado grandes discusiones en todos los medios. Por este artículo represivo, numerosos individuos pertenecientes a todas las clases sociales alemanas teniendo predisposiciones sexuales anormales, y no solamente los que practican la homosexualidad, han sido considerados suspectos, perseguidos, puestos al margen de la sociedad. Todas estas personas han debido sufrir moralmente, obsesionados por el peligro de ser denunciadas y traducidas ante los tribunales.

Según el autor que más arriba citamos y que durante numerosos años hizo investigaciones en los medios homosexuales, ¡el 10 por ciento de la población alemana sería presa de estas anomalías! Leímos en 1930, en una revista científica, que, según ciertas estadísticas, contábanse en Alemania, que aún no había llegado a ser el gran Reich nazi, alrededor de dos millones de homosexuales; estos tenían sus clubs y sus asociaciones, sus cafés, sus publicaciones y su literatura específica.

Surgidos de esos medios, algunos han ascendido a las funciones más influyentes del Estado. Se han escrito numerosos volúmenes de «historias» sobre las relaciones eróticas de los grandes hombres de Estado con sus amantes y su influencia sobre la vida política. Pero se han silenciado las relaciones entre los hombres de Estado homosexuales, cuya influencia sobre la vida social interior y la política exterior ha sido puesta al descubierto en ocasión de numerosos grandes escándalos, como el del conde von Eulenburg, perteneciente a los servidores de Guillermo II. Como oficial, Schoenaich pudo observar de cerca estas costumbres, en el medio en el cual se desenvolvía, desde la escuela de cadetes hasta el regimiento de la guardia en Berlín; se interesó especialmente en las consecuencias nefastas de estas relaciones anormales en la política interior y en la internacional, así como sus repercusiones morales sobre el pueblo alemán.

Acompañado de un policía vestido de civil, visitó un día una sala de baile de los alrededores de Berlín. «El cuadro no se borrará nunca de mis ojos. Varios centenares de hombres y mujeres de toda edad y de todas las clases, la mayoría maquillados, un cierto número de hombres vestidos de mujer y unas cuantas mujeres vestidas de hombre. Desde el momento que entramos en la sala bien alumbrada, todos se dieron cuenta que éramos visitantes guiados por la policía. Según parece, el servicio [5] de información funcionaba perfectamente. Pero aparte bastantes figuras antipáticas, marchitadas por el vicio, vi semblantes de rasgos finos, de expresión espiritualizada. Algunos querían probablemente ganar la benevolencia de mi amigo el policía, pues nos hicieron la descripción brutal y sincera de las cosas más cínicas.» Cuando el autor de la obra pidió al policía por qué se autorizaban tales bailes y reuniones, cuando el artículo 175 del Código Penal estaba todavía en vigor, se le dijo que estas «distracciones» estaban permitidas intencionadamente para que las autoridades pudiesen conocer mejor los medios homosexuales. «El chantaje juega un papel muy importante en ese medio. Numerosos son los que van guiados solamente por sus inclinaciones íntimas. Pero hay también un gran número que hace un negocio con los sentimientos y las predisposiciones de los otros... La prostitución masculina juega un papel muy importante. ¡Desgraciado del extranjero que tiene la desgracia de caer entre las manos de estos vampiros! Lo comprimen como a un limón.» La amenaza del artículo 175 tiene efectos desastrosos que llevan hasta el suicidio –y la policía, por una vez con razón, ataca con mayor saña a los autores del chantaje, a los profesionales, que a sus víctimas.

En el ejército, donde el general Von Schoenaich pudo observar mejor la prostitución masculina, ésta se había extendido de forma tan alarmante que los comandantes se vieron obligados a tomar medidas enérgicas. Simples soldados llegaron a venderse, no por gusto, sino únicamente por dinero. Esta «práctica asquerosa», tuvo, desde el punto de vista moral, las consecuencias más desastrosas en la vida militar y ganó a su vez los medios civiles –e incluso las capas profundas de la nación. Las relaciones entre los grados estaban en general turbadas por la obsesión de este vicio; la autoridad de los oficiales homosexuales –y eran muy numerosos– se ejerció sobre sus subordinados, y no solamente en lo que concierne a la disciplina aparente. La mayoría de los soldados que se prostituían así, por venalidad, por deseo de lucro, estaban completamente perdidos; no podían volver ya jamas a un oficio normal, pues «¿por qué fatigarse en trabajos difíciles, cuando obtenían un beneficio apreciable, sin la menor fatiga?».

Con ocasión de un gran proceso que hizo escándalo, se conocieron cosas «verdaderamente horribles». La corrupción en la vida pública –política y mundana–tenía sus raíces en una anomalía que la hipocresía de «la moral perseguía gracias a un artículo de la ley, raramente aplicado en todo su vigor, pero siempre utilizado como amenaza por bandas enteras de entretenidos y de chantajistas.

Los efectos eran más profundos en la política interior de lo que se creía. «La estrecha solidaridad de todos los intereses era [6] funesta. Toda la vida política, económica y social estaba misteriosamente rodeada por una red de individuos que, por su naturaleza y por su ley, estaban ligados el uno al otro por una poderosa comunidad de destino.» En general el secreto era bien guardado y verdaderos homosexuales sabían comprometer a personas honorables con virtudes intelectuales y artísticas excepcionales, pero normales en su vida sexual. En los consejos de ministros se discutía con frecuencia este problema. El mismo Von Schoenaich fue llamado por el ministro de la guerra para facilitar aclaraciones sobre ciertos casos que podían ser objeto de interpelaciones en el Reichstag. La forma como se desarrolló el proceso contra el conde Eulenburg manchó el prestigio de la justicia oficial, y no solamente el de la casta militar imperial.

En cuanto a las repercusiones sobre la política exterior, ellas fueron más graves todavía. En la época de la «crisis marroquí», una revista reveló el hecho de que en una casa de prostitución masculina tenían lugar entrevistas íntimas entre un alto funcionario del Estado alemán y un diplomático extranjero –y que los proyectos más secretos de la política alemana habían sido así entregados al «enemigo». Pero esta «traición» sólo provocó un «silencio de muerte», pues apareció que existían intereses de Estado mayores, tanto de un lado como del otro, que exigían que el escándalo fuese ahogado con cuidado especial.

«Solo en un porvenir lejano, –escribe el general Von Schoenaich– será aclarado uno de los capítulos más turbios de la nueva historia alemana, y este capítulo es el del ministro von Holstein, llamado la Eminencia Gris. Se sabe que durante treinta años este hombre tuvo, bajo cuatro cancilleres diferentes, una influencia decisiva sobre nuestra política exterior. La mayoría de nuestros diplomáticos del extranjero, que no eran tan tontos como se pretende, le contemplaban, incluso en el ejercicio de su función, como una persona espiritualmente enferma. Hoy aparece como seguro que fue él el culpable de la situación política que hizo que, al fin de cuentas, fuésemos precipitados en una guerra mundial.»

El autor muestra cómo se procedió durante la guerra contra los conocidos como infractores del artículo 175. El juicio se pronunciaba según el grado y el rango social: exclusión del ejército, degradación o «desaparición combinada» para evitar el escándalo; los oficiales en activo pasaban a la reserva o eran enviados al frente como simples soldados. Insiste sobre la gravedad de este estado de cosas para «todos los Estados monárquicos». En tanto que las leyes sobre el matrimonio en los medios monarquistas se mantengan sobre la igualdad de rango e incluso el aparentamiento de la sangre, el peligro de la degeneración de la familia subsiste. Por la consanguinidad (que puede [7] llevar hasta el incesto) se acentúan ciertas virtudes hereditarias, pero igualmente las anomalías. Y el pueblo adivina los vicios del soberano antes que sus virtudes. Ciertamente, las buenas cualidades pueden coexistir con las malas inclinaciones. «El gran Napoleón era epiléptico; Federico el Grande era desde el punto de vista sexual un anormal. El fin trágico de los Romanov degenerados por exceso de consanguinidad es, quizá, el signo de advertencia del fin de la forma del Estado monárquico.»

Si precisa castigar con severidad los abusos y las perversiones ejercidas por los adultos sobre la juventud, es quizá excesivo –según el autor– que todos los anormales sexuales, con los que la naturaleza se mostró tan avara, sean puestos a la picota como criminales. Ello acarrearía consecuencias más nefastas todavía. No debemos, por un falso pudor, correr el velo del silencio sobre estos problemas psico-físicos, sino buscar abiertamente sus causas, a fin de aligerar el fardo de tantas taras hereditarias, de anomalías innatas que residen en la estructura íntima de los homosexuales –así como de la mala educación que recibieron en la infancia, en una sociedad dominada por el culto de la fuerza y por el orgullo de una casta que se estimaba ser de la raza inmaculada de los Elegidos. [8]

II
De Guillermo II a Hitler. – Las aberraciones psíquicas, sexuales e «ideológicas.» – Las costumbres de los jefes nazis. – «El Drama Roehm.» – Consideraciones psico-sexuales del Dr. Magnus Hirschfeld. – Paralelo entre Eulenburg y Roehm. – Psicología de los favoritos invertidos. – La camaradería de los «Caballeros» en el pasado y en el presente. – La amistad pasional, según F. Schiller y Ricardo Wagner. – «Los uranianos.»

El testimonio del ex-general Freiherr von Schoenaich, al que conocí entre 1925 y 1932 y con el que conviví en diversos congresos pacifistas internacionales, hombre considerado como un espíritu luminoso y ponderado, pero enérgico en sus acciones, no se refiere solamente a la época de Guillermo II. En este momento, la megalomanía imperial encontraba en la casta militarista –sostenida por el feudalismo agrario de los Junkers y por el gran capitalismo industrial– el medio ambiente favorable para su exaltación, tanto en el plano social: interior como en el de la política mundial. Y ya hemos visto como en este medio, oculto en la superficie por las maneras duras, en cierto modo, de la nobleza y de la diplomacia, fermentaban los residuos de ciertas aberraciones psíquicas y sexuales que se habían infiltrado incluso en las capas populares, no solamente bajo la forma de la «prostitución masculina», sino también, por así decirlo, bajo formas «ideológicas»: teorías absurdas de pureza racial, máximas provocadoras de hegemonía política, es decir, de sujeción de las otras clases y de los otros pueblos. Todos hemos leído o escuchado esos discursos imperialistas que magnificaban «la fuerza alemana», tomando como pretexto la necesidad de «espacio vital», o atribuyéndose una misión civilizadora, terriblemente brutal y cínica cuando ella chocaba con alguna resistencia por parte de la verdadera cultura, universalmente humana.

Entre el régimen autocrático de un Guillermo II y el absolutismo sanguinario de un Hitler, sólo hay una diferencia de grado y de «organización». Esos errores y esos horrores, que no pudieron [9] barrer las aguas fangosas de una República muerta antes de nacer en la Revolución de noviembre de 1919, se acrecentaron inevitablemente. El tercer Reich reemplazó a la nobleza del Kaiser y conservó solamente los elementos de la vieja mentalidad. Exhumó, justamente, de los bajos fondos populares, esos residuos infiltrados durante la larga dominación monárquica, esas impulsiones turbias, verdaderamente milenarias con frecuencia rechazadas desde la época de los «bárbaros» alemanes, cuyo culto viril, excesivamente masculino, está representado por las divinidades guerreras y por los jefes legendarios evocados en las trilogías wagnerianas.

El régimen nazi instaurado en Alemania en 1933 y que desencadenó en 1939 la segunda guerra mundial para desaparecer después de seis años de indecibles hecatombes y de inauditas destrucciones, no será comprendido por los historiadores del porvenir sin una búsqueda atenta de las psicosis selectivas y, al mismo tiempo, de las costumbres sexuales de los jefes, y de sus numerosos partidarios. De la misma manera que el período guillermino no podrá ser completamente explicado sin las aberraciones del séquito imperial donde «brillaron» un Von Eulenburg y un Von Holstein.

Lo mismo que Freiherr von Schoenaich, nosotros, tristes supervivientes de ese diluvio de odio, de sangre y de fuego, nos preguntamos, cuando pronunciamos el nombre de Hitler, cómo fue posible que un enfermo mental, un neurasténico, un paranoico, un loco atacado de accesos de locura –tal como será clasificado por la ciencia de la patología nerviosa– haya podido ser el dueño absoluto durante más de diez años, de un pueblo de decenas de millones de almas. Lo que hemos dicho de Von Holstein, la eminencia gris, se aplica, en una medida mayor todavía, al plebeyo Adolfo Hitler, la sup-eminencia parda. No sabremos a qué atenernos en lo que a él respecta hasta «el día que saldrán de la sombra sus papeles, escondidos nadie sabe donde». Numerosos datos fortifican la creencia de que «él también pertenecía a esos círculos» (de anormales sexuales). Para Von Schoenaich, «él», es Von Holstein; para los historiadores objetivos del tercer Reich, «él» es Hitler. Y la frase siguiente, se aplica tanto al uno como al otro: «El paso brusco del amor al odio y del odio al amor, que es el rasgo característico de todos aquellos en los cuales el momento sexual tiene una gran influencia, hace a estos hombres completamente impropios para ocupar situaciones influyentes».

Del mismo modo que el proceso de von Eulenburg, a principios de siglo, podía ser considerado como el absceso, por el cual se escapaba el pus del hipócrita homosexualismo del régimen imperial, el «drama Roehm» es la expresión brutal, sangrienta, [10] de las mismas costumbres, pero amplificadas, excesivas, casi públicas, apropiadas al régimen nazi.

Un especialista de la patología sexual, cuyos trabajos son luminarias que atraviesan los subterráneos donde hormiguean los monstruos de las degenerescencias humanas, el Dr. Magnus Hirschfeld, ha escrito algunos comentarios psico-sexuales sobre el caso Roehm, pero sin dar detalles sobre el asesinato en masa ordenado y ejecutado en su mayor parte por el mismo Hitler, en junio de 1934, cuando alrededor de 400 miembros de las secciones de Asalto (S.S.) fueron fusilados con su jefe.

El escándalo Eulenburg se parece en parte al asunto Roehm por el hecho de que estos dos «héroes», cuyo origen social es diametralmente opuesto, formaban parte de las altas esferas gubernamentales; los dos disfrutaban de los mayores favores de su jefe supremo y los dos finalizaron en el desfavor y la abyección. Sus inclinaciones homosexuales han sido explotadas por sus adversarios, para hacer caer el oprobio que de las mismas deriva sobre sus «protectores». ¿Cómo explicarse –se pregunta el Dr. Hitschfeld– por qué naturalezas dominadoras como Guillermo II y como Hitler se sienten con tanta frecuencia atraídas por los homosexuales? La causa debe encontrarse «mejor en motivos de carácter que en las afinidades sexuales».

La mayoría de los invertidos adoran la adulación y el bizantinismo, ceden fácilmente a sus guías, hombres llenos de energía que no toleran la menor resistencia. En su fanatismo por sus jefes, son tanto más manejables cuanto más fácilmente se despedazan entre ellos y sólo se sienten tranquilos y seguros cuando benefician por igual de los favores de su amo. Pero habitualmente surgen ambiciosos, adversarios intrigantes, con frecuencia asimismo anormales sexuales, que envidian a los «mignons» su significación privilegiada. Si los medios directos no les dan satisfacción, estos envidiosos se sirven de alusiones envenenadas que no erran nunca el blanco: descubren secretos de alcoba, representando el papel de indignados, calumnian para que nadie se aperciba que ellos ocupan el mismo sitio, engañan a la multitud sirviéndola historias de complots y de peligros hasta que ella cree realmente que es un absceso purulento lo que ellos han abierto, cuando efectivamente es el cuerpo del Estado el que está enfermo». [11]

Es una explicación psico-sexual del drama Roehm para aquellos que lo conocen en sus detalles abyectos. Los «héroes» de estas hazañas no son suprimidos por el hecho de ser homosexuales, si no por otros motivos morales, por altas razones de Estado. Eulenburg fue acusado de perjuro; Redl, oficial del Estado Mayor austríaco, fue condenado por simples fraudes; Roehm, el jefe de los famosos S.S., fue acusado de felonía con el Furher, a quien quería reemplazar. De hecho, los tres, y muchos otros semejantes a ellos, tenían los mismos vicios y debían ser apartados o suprimidos desde el momento que fuesen descubiertos.

Un fanático teórico racista, Hans Blücher, y un noble prusiano que se escondía bajo el pseudónimo de Lexow, autor de un folleto sobre «El ejército y la sexualidad», se habían ya ocupado antes de estas costumbres, relacionándolas con una antigua cofradía de sangre y de armas, tal como la legión sagrada de Tebas y las ordenes de la Caballería medioeval: la Orden Teutónica y la Orden de los Templarios, cuyo gran Maestre, UIrich van Jungingen, pasaba por ser un homosexual –lo mismo que lo que se refiere a diversas asociaciones de camaradas, más o menos homoeróticas. En «Los Caballeros de Malta», el drama sin mujeres de Franz Schiller (no terminado) es descrita la amistad pasional tal como ella se manifiesta en estas asociaciones de hombres. El propio Schiller pinta a sus dos héroes Crequi y Saint-Priest como «caballeros que se aman», añadiendo:

«El amor de dos caballeros, el uno por el otro, debe tener todos los caracteres del amor sexual.»

Ricardo Wagner, muy apreciado, como se sabe, por Hitler y su camarilla se expresa resueltamente en su libro «Obra de arte del Porvenir» sobre «el valor pasional de las relaciones homosexuales en ciertos grupos». Desprecia las amistades «epistolares-literarias» interesadas y prosaicas, alabando por el contrario el amor basado sobre los «nobles placeres sensuales-espirituales» y que eran entre los espartanos «la única educación de la juventud». Este amor vigoroso reglamentaba los placeres y las diversiones públicas, estimulaba las acciones audaces. Las asociaciones masculinas de camaradería amorosa eran reunidas en unidades de combatientes cuya ley suprema, espiritual, era el desprecio de la muerte «para socorrer al amado en peligro o vengarlo si mordía el polvo».

El Dr. Magnus Hirschfeld cree, pues, que lo que ocurrió en 1934 en el tercer Reich, cuando las Secciones de Asalto y la guardia personal de Hitler se entreasesinaron, no tiene nada de extraordinario. Como tampoco es nueva la difamación de los [12] adversarios caídos en desgracia, poniendo en evidencia sus vicios y depravaciones. La ferocidad y la amplitud de la masacre no constituyen asimismo un hecho «inédito» en la historia alemana. Pisoteando los cadáveres de los jefes de la juventud homosexual, Hitler se creó un nuevo grupo de adversarios, el de los «uranianos», enrolados en el partido nazi, engañados por la tolerancia que mostraba el Furher con relación a Roehm. [13]

III
La juventud nazi. – De los «Vandervogel» a la «Hitlerjugend». – Algunos libros reveladores (Salomón Asch, Odon de Horvath, Hans Blücher). – El neo-paganismo alemán. – De la mitología teutónica al falso budhismo. – Hitler, verdadero budhista. – La protección de los animales y la vivisección de los hombres. – «La educación» de la juventud hitleriana. – Bajo «el signo de Piscis». – El ipsismo. – Las mujeres virilizadas. – Venus con el saco a la espalda. – Las seudo-amazonas. – Jóvenes y muchachas – Como aman. – Padres e hijos.

Desde del drama personal, pero simbólico, del jefe de las Secciones de Asalto, hasta la gran matanza de la segunda guerra mundial –con sus horrores, que Dante no hubiera sabido describir– el camino recorrido en algunos años es, sin embargo, inmenso, con su cortejo de monstruosidades y de catástrofes. No podemos referirnos aquí más que a ciertos aspectos de las aberraciones y de las perversiones morales y sexuales en el seno de las jóvenes generaciones alemanas, bajo todas las formas posibles de violencia, de odio y de destrucción –apenas veladas por dogmas absurdos, por consignas amenazadoras, parecidas a las excitaciones que se prodigan a los perros que se quiere lanzar sobre la caza: divisas de asesinos que querían esclavizar a su propio pueblo, despojar y masacrar todas las naciones que no se sometían ciegamente a su orgullo y a su frenesí de «dominadores elegidos», de jefes y de guías conducidos ellos mismos por el jefe supremo de una locura colectiva.

Para comenzar, recordemos la existencia de la juventud alemana, esta «Hitlerjugend» que sobrepasó de mucho el famoso movimiento llamado «Wandervogel» («Pájaros de paso») formado de grupos de adolescentes alemanes de los dos sexos que se iban de excursión viviendo una vida «sana, libre y amical». Los principios educativos, éticos, sportivos, &c., de estos grupos no son los de los scouts de la ante-primer guerra mundial, tales como los han conocido Inglaterra, Francia y América. Estos [14] grupos son militarizados. Su «disciplina» está subordinada a una ideología política de partido que prepara los cuadros de partidarios fanáticos, de combatientes prestos a realizar, por orden de sus jefes, no importa qué acciones heroicas –que no difieren en nada de los atentados cometidos por las asociaciones de bandidos de gran camino o los asesinos a sueldo dispuestos a perpetrar los atropellos más abyectos.

Existe, en ese dominio, una rica literatura. Algunas novelas, verdaderas crónicas basadas sobre una abundante documentación ideológica, psicológica y táctica, son extremadamente instructivas. Recordemos la gran novela de Salomón Asch: «Der Krieg geht weiter» (La guerra continua), consagrado en gran parte al periodo de post-guerra de la Alemania vencida y revanchista (1920-1932) y a los síntomas raciales que debían conducir a la masacre de los judíos (1939-1945). La juventud hitleriana está ahí representada por los tipos más significativos, no solamente en el plano político y ultranacionalista sino también en su concepción «de la vida social y erótica». Una escena reveladora es la de la iniciación de un adolescente a la «mística» del amor masculino en el curso de una noche sombría, en un bosque: uno de los jefes da al fin al tembloroso novicio el beso viril, apasionado y bestial.

Esta «Hitlerjugend» llevó hasta el extremo las prácticas anormales del antiguo «Wandervogel», hablando del cual Hans Blücher escribió en 1912 un libro que lo expresa todo en su título: «El movimiento Wandervogel como fenómeno erótico. Contribución al estudio de la inversión sexual».

Entre las numerosas novelas relativas a los años de la dominación nazi (1933-1939), mencionaremos, por su dinamismo, por los cuadros que se suceden cinematográficamente y por sus diálogos brillantes y «sabrosos», «Juventud pagana», por Odon de Horvath, un escritor emigrado que tuvo un fin trágico en París.

* * *

Antes de extraer algunas escenas de esta novela, precisemos que el neopaganismo alemán es, de hecho, un retorno a un primitivismo exaltado –a este salvajismo disfrazado que no renuncia a las apariencias de la ciencia «asesina» de la cultura dogmática, de la técnica monopolizada por el Estado con finalidades guerreras. Thor, Odin-Wotan y los demás dioses nórdicos, son demasiado «puros», es decir, demasiado naturales para la época [15] en que fueron engendrados por la imaginación primaria, instintiva, por los sentidos ávidos de los bárbaros vestidos con la piel de las bestias muertas en las selvas negras de Alemania. Para los «Paganos» de hoy, los dioses antiguos de los teutones son solamente máscaras bajo las cuales se esconden los semblantes equívocos, con frecuencia degenerados, de las generaciones atormentadas que han vivido entre las dos guerras mundiales. El sentido inmediato de este vago paganismo impulsivo, que confunde el odio con el amor, el gesto criminal con la acción noble y creadora, es el anti-cristianismo –pero inseparable de esta panacea con la cual tanta gente quería curar al mundo de todos los males y que, dicha de otra manera, se llama «antisemitismo».

Esto no impide a los neo-paganistas el dirigirse titubeando, en su vida moral, hacia esas religiones asiáticas en las que creen encontrar una confirmación del apostolado ario y de la quimérica pureza de la raza. Así el profesor Wilhelm Hauser, jefe del movimiento llamado: «La fe alemana», ha atacado al Sermón de la Montaña, denunciando su ética de dulzura y de resignación, extraña al alma alemana. Este apóstol del paganismo alemán es un ex-misionero de las Indias, convertido al budhismo (¿a cual? pues existen centenares de sectas y numerosos ritos y dogmas en la selva virgen de la mitología indúe). «La fe alemana», o, más exactamente, la falta de fe, lleva muy lejos, incluso al budhismo. Pero el verdadero budhismo es la expresión de una ética inaccesible a los «salvajes de la cultura» occidental. Otro profesor confusionista, Bergmann, hacía a favor del budhismo una propaganda tan lógica y encarnizada como la de Hauser, sosteniendo que Hitler era un verdadero budhista, porque era... vegetariano, no fumaba, no bebía alcohol, &c.

Pero el profesor neo-budhista olvidaba que este «abstinente» total, era presa de una sed inextinguible de poder que podían aplacar, solamente de vez en cuando, la sangre derramada y las crisis de destrucción. «Un Budha moderno», osó llamar a Hitler un Herr Profesor, imbuido de literatura, pero al mismo tiempo de un servilismo nefasto: el de los «escribas traidores», pues, según este seudo-sabio, el Furher promulgó ciertas leyes que prohibían la crueldad con los animales, lo que no le impidió hacer disecar de vivo en vivo, por sus legiones de verdugos y de técnicos, millones de hombres, culpables únicamente de pertenecer a otra raza, a otra religión, a otra nacionalidad. Esto, ciertamente, en bien de las investigaciones «científicas» (lo mismo que la vivisección de los animales, pues la verdad es que en la Alemania nazi la propaganda particular por la protección de los animales estaba prohibida)... ¡Hay que ser fuertes! ¡Hay que ser despiadados!». He ahí a donde lleva el neo-paganismo [16] indígena o usurpado, que se injertó en un cerebro intoxicado de odio y de orgullo, implantado en un alma poseída por pasiones desnaturalizadas y por el sueño insensato y sin límites de la dominación universal.

* * *

Pero volvamos a esa novela tan reveladora de «La Juventud pagana». No podemos examinarla aquí ampliamente. Pero reproduciremos solamente algunos fragmentos que caracterizan la mentalidad de esta juventud formada por una educación especial. El centro de la acción es un liceo de muchachos. Uno de los profesores, el único que ha conservado su libertad de pensamiento, tiene el valor de decir en clase que los negros son también hombres. Denunciado por sus alumnos, es objeto de una investigación policiaca, seguida paso a paso. Durante las vacaciones, sale de excursión con su grupo de escolares. En realidad, se trata de un periodo de instrucción pre-militar. Un muchacho, en el cual han encontrado asilo todos los vicios de su edad, roído por una curiosidad mórbida, mata en el bosque a uno de sus camaradas. El crimen es atribuido pérfidamente al profesor, que, al fin, consigue desenmascarar al asesino. Las escenas se desarrollan rápidamente, dramáticas, brutales.

¡Cuánta tristeza, amargura, repugnancia, se apodera del lector que cree aún en la pureza y la inocencia de la adolescencia! Estos muchachos son violentos, crueles, cínicos, los unos dominados por la bestialidad, la mayor parte corrompidos, un gran número mentalmente anormales, de una sexualidad precoz, obsesionados por la idolatría del partido, por los slogans del orgullo racial. Repiten a coro las fórmulas que exigen solamente un gesto para convertirse en acciones «heroicas»: de la delación al terror sistemático, de las querellas al crimen sádico, todas sus hazañas no tienen otra finalidad confesada que el deseo de complacer al jefe de grupo, y, a través de él, al jefe supremo, al Furher. Servilismo consumado por la ambición, el descaro, engendrados por el odio y la mentira. Y un orgullo macho, el orgullo del sexo fuerte, de la camaradería que no es más que una servidumbre dirigida en todas las circunstancias, grandes o pequeñas, de la vida social o de la vida individual. Esta existencia no es más que una parodia de la disciplina espartana, alterada por vicios patentes o ocultos.

La juventud fascista y nazi vive bajo el «signo de Piscis», como decía un sacerdote filósofo al profesor perseguido por sus pequeños tiranos: «Así pues, usted y yo, mi querido colega, representamos, desde el viejo Adán, dos generaciones, y los pillastres [17] de su clase representan, así mismo, otra generación... Yo tengo sesenta años; usted tiene cerca de treinta y esos condenados cuentan alrededor de catorce. Ahora, ¡cuidado!: son las experiencias de la época de la pubertad, sobre todo en el sexo masculino, las que son decisivas para la formación general de toda la vida.»

Para la generación a la que pertenece el mencionado filósofo, el problema más importante, casi el único problema general de la pubertad, era la mujer, pero ella le faltaba. De suerte que la experiencia más visible de estos años, era la auto-satisfacción con todas sus consecuencias de antaño (salud quebrantada, &c.). «En otros términos, nosotros tropezamos con la mujer y nos deslizamos en la guerra mundial. Durante nuestra pubertad, querido colega, la guerra llegó precisamente a su apogeo. Los hombres faltaban y las mujeres eran más acogedoras. Uno no tenía mucho tiempo para pensar en él mismo, porque la especie femenina mal alimentada sexualmente había invadido nuestra juventud. ¡La mujer no era ya una santa para vuestra generación! he aquí por qué los hombres de su edad no serán jamás dichosos, porque en el rincón escondido de vuestra alma languidecéis, sumidos en el sueño ideal de una mujer pura, sublime, ilusoria –dicho de otra manera, en la rebusca de vuestra propia satisfacción. Esta vez las mujeres han chocado con ustedes, jóvenes, y se han deslizado hacia la masculinización.»

La mujer deportiva, la mujer soldado, la mujer mecánico, la mujer llena de una erudición estéril: tantos otros tipos «que destruyen la imagen ideal de la feminidad. ¡Quién podrá entusiasmarse a la vista de una Venus que lleva un saco a la espalda!» –exclama el viejo pastor. «La desgracia de la juventud de hoy es que no remonta la crisis de la pubertad, como debería: lo erótico, lo político, lo moral... todo ha sido metido en el mismo saco y mezclado. Además, demasiados desastres han sido festejados como victorias». «Los sentimientos más íntimos de la juventud han sido explotados por todos los charlatanes, a la vez que, por otra parte, se les sirve todo en bandeja: no tienen más que copiar cuanto se les explica por la radio, y reciben así los mejores puntos». «Si los muchachos leen todavía, es para tener algo de qué burlarse. Viven en el paraíso de la estupidez y su ideal es la burla. Pronto hará frío; es el signo de Piscis... El alma del hombre tiende a inmovilizarse, como las escamas de un pescado.»

En cuanto a las muchachas de la misma edad, he aquí como las ve un chico cuando pasan en grupos por la calle (ellas también son llevadas de excursión y obligadas a buscar por los matorrales el cadáver de un aviador). [18]

«Señor profesor, mire usted lo que viene allá abajo, esa tropa en marcha.»

Unas veinte muchachas avanzan al paso militar: llevan una pesada mochila a la espalda y cuando están cerca nuestro oímos sus cantos. Cantan con voz aguda, con voz de grillo, canciones militares. B. ríe estruendosamente. Cuando las muchachas se detienen ante el campo de los chicos, el profesor habla con la cheftana: «Las señoritas nos miran fijamente, como vacas en el pasto... A decir verdad, estas criaturas no tienen nada de atrayente. Sudorosas, sucias y mal arregladas, no ofrecen ninguna imagen agradable.» La maestra, adivinando el pensamiento del profesor, le explica: «Nosotras no tenemos en cuenta los adornos ni las tonterías; nosotras somos las amazonas. Pero las amazonas no son más que una leyenda, mientras que vosotras sois una realidad. Solo somos pobres muchachas mal guiadas...»

Pero existen también legiones de Evas que viven libremente en el bosque con una banda de jóvenes atrevidos. Una de ellas, una huérfana, se convierte en una pequeña salvaje, audaz y desvergonzada. Uno de los chicos la encuentra en el bosque sola y ella no hace aspavientos cuando se trata del amor.

He aquí un extracto del «Diario» del alumno:

«He llegado a la ladera del bosque y desde allí podemos distinguir el cantonamiento en la lejanía. Ella se ha detenido y me ha dicho que debía regresar y que me daría un beso, si le prometía no decir a nadie que la había encontrado allí.
—¿Por qué? –le he preguntado.
—Porque no quiero –me ha contestado.– Le he dado la seguridad necesaria y me ha dado un beso en la mejilla.
—Esto no cuenta –le he dicho– Un beso vale solamente cuando se da en la boca.
Me lo ha dado, pero al mismo tiempo me ha metido la lengua dentro de la boca. Le he dicho que era una cerda para permitirse hacer algo semejante. Ella se ha echado a reír y me ha besado nuevamente. Yo la he dado un empellón. Entonces ha cogido una piedra y me la ha tirado. Si me hubiese dado en la cabeza, me habría matado. Se lo he hecho observar. Me ha contestado que poco le importaba.
—Te habrían ahorcado.
Ha confesado que descontaba terminar así, un día u otro.»

Es esto, sin duda, lo que llaman amar en la Hitlerjugend. Violencia, bestialidad, cinismo. Pero la escena continua: [19]

«De nuevo me ha metido la lengua en la boca. Yo me he enfadado, he cogido una rama de árbol y la he golpeado... sobre el dorso, en las espaldas. Ella se ha caído sin dar un grito. He tenido miedo, creyendo que la había matado, pues no se movía.
—Si está muerta –pensaba yo– la dejaré ahí y haré como si no supiese nada... Pero debe fingir. He visto muchos muertos, y tienen otro aspecto. Cuando era un niño, vi a un policía y a cuatro obreros yaciendo sin vida. Era en el curso de una huelga. –Espera, pensaba yo– quiere solamente hacerme miedo... Levanté poco a poco los bajos de su vestido... Ella se estremeció y me atrajo salvajemente sobre su cuerpo... Cerca de nosotros, había un gran hormiguero. Yo le prometí no decir a nadie lo que habíamos hecho. Ella echó a correr y yo olvidé preguntarle como se llamaba.»

«Nos hemos amado» escribe el muchacho en su diario, en el que incluso anota la ausencia de ropa interior en su «partenaire» de un momento. Pero ni él, ni ninguno de los de su edad, saben lo que es el verdadero amor.

—¿Qué sensación es, pues, la del amor? –se pregunta– «Creo que se parece a la del vuelo. Pero sin duda, volar es más bonito.» Desgraciadamente, esta juventud no vuela nunca. Se arrastra por el fango, aplasta a los débiles, pega en lugar de pensar; busca fuertes sensaciones, en vez de cultivar nobles sentimientos.

En cuanto a la vida de familia, se conocen suficientemente los graves conflictos que estallaron entre padres e hijos bajo el régimen nazi. Los padres y sus amigos son los prisioneros de estos pequeños chantajistas y delatores. ¡Cuán inmenso es el número de padres desaparecidos a consecuencia de una denuncia de sus vástagos, sujetos a sus verdugos con camisa parda!

En el tribunal donde se juzga el crimen del joven de «ojos de pez», antes citado, la madre mira fijamente a Z:

«–¿Pretendes que miento?
—Si.
—Yo, no miento nunca –grita ella de pronto, muy fuerte– No, yo no he mentido en mi vida; pero tu mientes siempre. Yo digo la verdad, nada más que la verdad; mientras que tú solo quieres defender a esa guarra de hembra, a esa mala pécora.
—No es una mala pécora.
—Cállate –prorrumpe la madre, más y más excitada– Sólo piensas en esa miserable haraposa, pero nunca en tu pobre madre.
—Esa muchacha vale más que tú –replica Z. [20]
—¡Silencio! –grita el presidente, sublevado– Y condena a Z. a dos días del cárcel por insultos a testigos. Es incalificable tu actitud para con tu madre. Esto me dice lo bastante!»

Creo estas citaciones suficientes para mostrar lo que es «la educación de la juventud en un Estado totalitario». Pero el libro de Odon de Horvath es una novela. Y la novela es antes una ficción que una realidad –se puede objetar. Al contrario, novelas como esta son demasiado pálidas, demasiado ordenadas y estilizadas, incluso cuando están rigurosamente documentadas y ponen en escena personajes y hechos reales. El film mismo no podría reproducir completamente la ignominia de estas generaciones podridas, de máscaras herméticamente cínicas, arrastradas por el torbellino de todas las Negaciones. [21]

IV
La juventud nazi durante la guerra mundial. – De la Hitlerjugend a los S.S. y a los S.A. – La voluptuosidad de matar y de destruir. – La locura fría, la crueldad convertida en una segunda naturaleza. – «Lustmord». – «Los Golems» asesinos. – «Cuentos de esos años», por Ilya Ehrenburg. – Correlaciones psico-psíquicas entre los horrores de la guerra y las anomalías sexuales. La jerarquía de los verdugos. – Virilización y militarización. – Un símbolo del sadismo sexual; el «affaire» del campo de Domtau. – La carrera hacia el abismo. – Auto-destrucción y suicidio colectivo.

Si alguien duda todavía de la realidad de un mundo tan fuera de eje como el de la juventud fascista y nazi, de una deshumanización que sobrepasa todos los límites de la animalidad (pues el animal, incluso la bestia salvaje de los bosques, obedeciendo a sus instintos que son limitados, no se preocupa de sublimizar su bestialidad, haciendo de ella un dogma racial, forjando divisas de exterminación, creando «ideales» de esclavización y de hegemonía universales), si alguien cree todavía que el turbio período de la adolescencia educada bajo el signo de la cruz gamada será seguido por la aparición de la razón y por el equilibrio de los sentidos, cabe recordar entonces las acciones de la «Hitlerjugend» durante la guerra mundial.

Después de una severa «preparación», el adolescente era enrolado en los batallones de la muerte, en esos famosos regimientos S.S. y S.A., es decir, de asesinos iniciados en el arte de matar, no solamente por medio de todas las torturas que manchan la historia de los pueblos guerreros de la antigüedad, sino también por los medios más crueles y refinados de destrucción «científica», aplicados sin ningún escrúpulo en los países invadidos por las hordas motorizadas.

Esta juventud hitleriana, que, sabía matar a pedradas a los compañeros de liceo, «amar» en los bosques a huérfanas salvajes, ha satisfecho abundantemente, durante la guerra y la [22] ocupación de los países invadidos, su sed de sangre, ese «Lustmord» ese odio lleno de voluptuosidad, que consiste en hacer picadillo de sus enemigos, sin distinción de edad ni de sexo. Desde los niños cogidos por la pierna, y estrellados contra la pared, o lanzados al aire como pelotas, para ser «fusilados» durante su caída o cogidos en el aire con la punta de las bayonetas, hasta las centenas de millares y de millares de internados en los campos de la muerte (¡cuantos murieron en ruta!) dejados morir de hambre, de frío, presa de las enfermedades, o martirizados con toda suerte de torturas, asfixiados en las cámaras de gases, enterrados vivos, sirviendo de cobayos para los nuevos venenos descubiertos por sabios diabólicos... Es incalculable el número de víctimas de tal locura fría y sin embargo lúcida, de una crueldad convertida en segunda naturaleza, que se prodigaba en excesos, arrastrada por su propio frenesí hacia todos los abismos de la destrucción, de la muerte repugnante que no conservaba ni aún las formas humanas de la descomposición.

La economía de guerra nazi industrializaba las masas de cadáveres para extraer de ellos el jabón que servía para lavar las camisas de los verdugos, para empavesar con huesos calcinados las calzadas que atravesaban los autos de los «vencedores», para abonar con las cenizas de los hornos crematorios las tierras laborables que debían nutrir a los aprovechadores del régimen y a sus esbirros, sumisos como robots.

Aún no se ha reunido todo el material documental de estos desafueros, a los que yo no llamaré infernales, sino pura y simplemente nazis. Solo dentro de algunas decenas de años se escribirá la verdadera historia de esta «guerra total» que solo fue una matanza furiosa perseguida entre convulsiones rabiosas y abyecciones sin cuento. Y si los escépticos o los cínicos se extrañan de algo que niegue la realidad de la generosidad humana, se preguntarán cómo fueron posibles semejantes horrores, cómo quedaron todavía víctimas supervivientes de los campos de exterminación, al llegar «los años Iibertadores».

Citemos, por ejemplo «Cuentos de esos años», de Ilya Ehrenburg, testimonios que no son florilegios literarios, sino gritos patéticos de la conciencia humana herida y expoliada. Abramos el libro al azar. He aquí «El fin del Ghetto», donde los primeros condenados se resuelven, en el exceso de su sufrimiento, a rebelarse contra los verdugos; quieren a lo menos morir como hombres dignos y lúcidos, y no como bestias en el matadero. Fomentan un complot, reúnen armas, combaten hasta el último suspiro.

«El peletero Zeilic formaba parte del Comité de insurrección. Le han torturado toda la noche y luego le han tendido sobre un [23] asador al rojo vivo. El «Rottefurher» Geise se tapó la nariz con su pañuelo: tan mal sentía. El peletero pronunció el nombre de Kogan (el jefe de la insurrección), y cayó inanimado. Murió sin recobrar el sentido.
Pero, cuando Jost, el vigilante del Ghetto, pregunta a los rebeldes donde se oculta Kogan, este se presenta espontáneamente. Abraza a Lia Levit, diciéndole:
—Tu quizá llegarás a vivir otra primavera.
—Enseguida se va y los soldados le llevan ante Jost, que ensaya en vano de hacerle hablar.
—Podéis quemarme como al peletero Zeilic, dice Kogan; moriré, pero no me arrancaréis ni un solo grito. Yo estoy hecho de otra manera. Comprendedlo bien: yo os odio.
—Miraba a Jost a los ojos sombríos y rodeados de ojeras. Jost ordeno que le saltarán los ojos. Kogan no habló. Calló, cuando le arrancaron las uñas y también cuando le aserraron las piernas. Murió siempre silencioso y por la mañana los alemanes sacaron su cadáver hecho pedazos.
Los insurrectos combatieron hasta el fin. Lia también hacia fuego sobre los alemanes. Los soldados la rodearon. Ghers se precipitó y lanzó una granada sobre Lia.
Llevaron ante Jost al viejo Ruttman, una noche, después que los alemanes se hubieron encarnizado sobre todas las víctimas. Jost estaba alegre: cuando vio al viejo, se echó a reír:
—¡Ah, he aquí al último de los Ahasverus! El anciano se lanzó sobre Jost, al que abrió el vientre con un cuchillo que tenía escondido. Lázaro terminó el relato exclamando:
—Era verdaderamente el Dios de la venganza.»

He aquí un caso entre millares, decenas de millares. Sabemos que el deseo de venganza estalla, en la gente evolucionada, demasiado tarde o jamás. Pero ellos, los verdugos, ¿qué tenían que vengar? Aislados en su propia ignominia, ya no podían contenerse: Debían exterminar el mayor número posible de enemigos (el mundo entero, para ellos, estaba lleno de enemigos), aniquilar a los pueblos degenerados, los rebaños de esclavos, para dejar sitio al sol, al HerrenvoIk...

Si alguien pregunta qué relación hay entre estas matanzas en masa y el problema de las anomalías sexuales que hemos expuesto al comienzo de estas páginas, debemos contestarle:

Los horrores realizados por los ejércitos alemanes, la Gestapo y las bandas de los S.S., han sido posibles justamente porque la «instrucción» que se les ha dado en las escuelas del odio y del crimen, tuvo por así decirlo, como base, el principio de la [24] primacía masculina, pero alterada por una camaradería dudosa, hipócrita y autoritaria.

Esta falsa camaradería excluía toda idea de igualdad entre hombres y mujeres; y entre- hombres establecía una escala jerárquica –de arriba abajo– de sujeción ciega hacia los grados superiores, de sujeción de todos a un Fürher supremo, tiránico y sanguinario.

Semejantes «virilización» y militarización que transforma el país entero en una cárcel y en un cuartel, debía forzosamente acentuar las taras hereditarias, los impulsos sádicos, los vicios apenas enmascarados de millones de anormales sexuales. Para estos, la violación era, durante la guerra, la voluptuosidad más embriagadora. Podían matar, desvalijar y sobre todo violar a seres a los que ellos no podían amar que rechazaban horrorizados sus apetitos monstruosos. Y los invertidos de toda clase, los activos y los pasivos, los que antes se prostituían por dinero y los que eran predispuestos por naturaleza, encontraban al fin en la destrucción de los valores morales, provocada por el caos de la guerra, la posibilidad de dar libre curso a sus instintos –no importa donde, no importa cuando, no importa como; ellos que durante tanto tiempo habían vivido obsesionados por la amenaza del artículo 175 del Código Penal.

Y no encontramos símbolo más significativo de esta inevitable correlación entre los horrores de la guerra y las perversiones sexuales, que un hecho relatado por el comandante Juvicov en un artículo titulado «El campo de la muerte» (diario «Era Nouá», Bucarest, 14 junio 1945). Después de haber mostrado cual fue el trato infringido a millares de deportados políticos en el campo alemán de Domtau, donde morían del tifus, de frío, de hambre; despedazados por perros amaestrados a este efecto, segados por las ametralladoras, &c., el autor describe algunas invenciones de los alemanes insatisfechos de los antiguos métodos de tortura. Menciono una de ellas:

«El prisionero de guerra Nicolás Rassacazov cuenta: Los alemanes hicieron instalar en nuestra barraca una polea a la cual suspendieron un hilo eléctrico. Cuando, la noche siguiente, entraron en la barraca, yo pensé que mi fin había llegado. Cerca de mi yacía un camarada herido. Le arrancaron los harapos que le servían de vestido. Después ataron el hilo al órgano genital del desgraciado y los alemanes empezaron a remontar la correa. Después, en medio de las carcajadas y los gritos salvajes, lanzaron a la calle al hombre, mutilado.»

Este hecho es verdaderamente un símbolo típico del sadismo sexual que se desencadenó, en un paroxismo de voluptuosidad, en plena guerra total, entre las hordas de especialistas del crimen [25] y de la destrucción. Los horribles sueños de los adolescentes educados en las escuelas-cuarteles y los campos hitlerianos; las obsesiones de los muchachos en las oficinas y los talleres, infiltrados por todas partes en los otros países (pues el espionaje y la delación eran considerados como las virtudes elementales de un buen «hijo de la patria») – todas estas impulsos contra-naturaleza, mejor unisexuales que hetero-sexuales, por mucho tiempo combatidos, encontraron terreno propicio en los campos de batalla y los lugares de exterminación. Ningún escrúpulo moral, ningún estremecimiento de la conciencia, salvo en muy raras excepciones!

Ni el temor de la venganza, ni la voz anunciadora de la derrota final que debía venir con las sanciones espantosas de la justicia y de la humanidad pudieron impedir a estos posesos, a estos invertidos físicos y mentales –para los que el mal era el bien, el odio era el amor y la fealdad la belleza–, que llegasen hasta el fin del camino donde la destrucción y el asesinato debían volverse contra ellos y el pueblo alemán entero, en un delirio de autodestrucción y de suicidio colectivo. [26]

V
La mujer alemana bajo el régimen nazi. – Las máquinas de hacer hijos. – La superpoblación, uno de los motivos del imperialismo político y factor de guerra. – El martirologio de las mujeres socialistas y antifascistas. – El trato infringido en las cárceles y en los campos. – Testimonios de Lotte Fraenck y de Ida Schwartz. – Un episodio en el hospital Rostchild de París; las seis enfermeras. – « Vengo de Auschwitz». – Los partos de las mujeres en los campos. – La masacre de los recién nacidos.

Hemos mostrado, en las páginas consagradas a la juventud hitleriana, cual era la «concepción» de los muchachos en lo que concierne al amor y como fueron consideradas en general las jóvenes alemanas, masculinizadas por una educación semejante, cuya severidad fue reforzada por una mentalidad de tribu, por los fetichismos raciales y por el culto bestial de la fuerza.

En cuanto a la mujer alemana, su situación fue agravada bajo el régimen nazi: ya, desde, 1934, en el programa mínimo del partido nacional-socialista, se revelaba la tendencia a reducir la misión de la mujer a la cocina y a la maternidad.

Ella debía ser una «máquina de hacer hijos», el mayor número posible, pues las dictaduras estimulaban, por medio de toda clase de premios y de ventajas, el aumento de la natalidad –es decir, la superpoblación, para justificar su imperialismo político y belicoso. Carne de cañón, carne de trabajo forzado para los privilegiados del Estado totalitario, y para sus funcionarios, todos uniformados. Si las mujeres alemanas no fueron militarizadas, por otra parte se vieron sistemáticamente apartadas de la vida profesional, aunque gran número de ellas poseyeran títulos universitarios.

Incluso aquellas que eran miembros del partido nazi protestaron al principio contra estas exclusiones, inevitables no obstante en un sistema de «camaradería» exclusivamente masculina. [27]

Ante todo, ellas debían traer al mundo muchos hijos y educarles, desde su más temprana edad, para la «gloria de la raza elegida», del pueblo destinado a dominar al mundo. Un profesor alemán –como relata la British United Press, junio 1934– contestó a una mujer que quería evitar :la maternidad por motivos de orden fisiológico: «No se permite interrumpir el embarazo mientras resten a la mujer un dos por ciento de posibilidades de sobrevivir. Al Estado le interesan más los niños que las madres.»

Un dogma político, que pretende que el niño pertenece al Estado aún antes de frecuentar la escuela, no puede considerar a la mujer como una ciudadana igual en derechos al hombre. Ella debe obedecer tan ciegamente como los robots del asesinato y de la destrucción : Perinde ac cadáver.

Si las mujeres nazis eran tan mal tratadas por los privilegiados de su partido, se imagina fácilmente con qué furor las bestias salvajes de la Gestapo y de las secciones de asalto se lanzaron sobre las animosas alemanas que osaron luchar contra el régimen. En sus expediciones punitivas contra los que se negaban a aceptarlo, no hacían ninguna distinción de sexo ni de edad.

Muchas mujeres, las muy jóvenes como las de mayor edad, han sido horriblemente torturadas en el curso de los largos interrogatorios nazis; las torturas solo se diferenciaban por su amplitud de las que se usaron durante la guerra. De 1939 a 1944, las mujeres socialistas y antifascistas, constituyendo inmensos rebaños de prisioneras, fueron conducidas, desde todos los rincones del Reich, hacia los campos de concentración.

Los hechos relatados por Lotte Fraenck, «El Martirio de las mujeres bajo el tercer Reich», conservan, después de diez años, el acento de dolorosa indignación de la dignidad femenina cruelmente ultrajada.

Bastantes mujeres alemanas, que no abandonaron su solidaridad socialista, su idealismo supra-nacional, han sido implicadas en los célebres procesos que se desarrollaron ante el «Tribunal del pueblo» –que era, en realidad, la antecámara de las torturas (¿para qué enumerarlas aquí?)– a que estaban sometidos los adversarios del régimen. Una simple carta recibida del exterior, podía ser el pretexto de un proceso por «el crimen de sostener relaciones con el extranjero». Y esto significaba, de acuerdo con el decreto sanguinario de Goering, la pena de muerte.

En cuanto al régimen de las mujeres en las cárceles «se concibe difícilmente que haya habido hombres capaces de [28] entregarse a tales orgías sádicas. Solo se comprende, cuando se piensa que una parte de estos hombres eran individuos desequilibrados, enfermos mentalmente, mientras que la otra parte se atenía únicamente a la proclamación del Fürher ordenando que el adversario fuese implacablemente exterminado». Golpes de matraca y de cuerdas de buey, puñetazos en la cara, heridas graves a las que no se cuidaba; de todas las atrocidades fueron víctimas las mujeres en las cuevas y en los cuarteles de los S.A. desenfrenados en la más crapulosa bestialidad. En fin, algo monstruoso e indescriptible.

Es así como se expresa Lotte Fraenck en su breve «martirologio» escrito al comienzo de la dominación nazi, cuando «toda Alemania no era más que un vasto campo de concentración y donde toda nota humanitaria era rigurosamente ahogada». ¡Y cuando se piensa que en esta época los acusados eran todavía juzgados por un tribunal, que la justicia alemana conservaba todavía un simulacro de equidad! Pero pronto la crueldad y el cinismo nazis se despojaron de toda máscara.

Si esa fue la suerte reservada a las mujeres alemanas, es inútil preguntarse cual fue la actitud que adoptaron en relación de las mujeres de los países invadidos las hordas de verdugos (entre los que se contaban también muchas mujeres alemanas, guardianas de campos de concentración, que con frecuencia se mostraron más implacables y más imaginativas que los hombres, en lo que a inventar suplicios se refiere). Esos profesionales de la tortura fueron enseñados como perros feroces para lanzarlos sobre pueblos «inferiores, degenerados, bárbaros». Crímenes, atentados, violaciones, mutilaciones... Todo esto realizado en una proporción que sobrepasa los medios de expresión que podamos emplear; todo esto ejecutado con la fría crueldad característica del «orden» y de la ciencia venal sujeta a los más apocalípticos «proyectos de depuración» del mundo por el asesinato y el incendio que se puedan concebir.

He aquí un ejemplo de mutilación mortal de las mujeres, tan espantoso como la mutilación de los hombres –y al mismo tiempo tan simbólico en lo que concierne a la correlación entre los horrores de la guerra y el sadismo sexual. Uno de los testigos citados en el proceso del mariscal Pétain, Ida Schwartz, jefe de un grupo de resistencia en Francia, ha relatado, entre otros, el episodio siguiente:

«Durante la ocupación nazi, estaba prohibido a los médicos arios prodigar sus cuidados a los judíos. Se les señaló un solo lugar de consulta en París, el hospital fundado por Rostchild. Da vez en cuando este hospital era rodeado por la Gestapo que se llevaba a cierto número de enfermos para agregarlos a los famosos convoyes enviados a Alemania. Seis enfermeras se pusieron [29] en contacto con el movimiento, de resistencia para enviarles los enfermos que debían ser así deportados... Un día, sabiendo que una importante batida estaba prevista, las enfermeras liberaron a ocho judíos, a los que condujeron hasta el movimiento clandestino. Pero hubo un traidor, no se sabe quien, no se sabrá quizá jamás. Al día siguiente, todos los enfermos fueron obligados a salir al patio, donde helaba hasta congelar las piedras; en su presencia las seis enfermeras fueron cruelmente golpeadas y tendidas sobre el suelo. Los bandidos de la Gestapo les hundieron entonces clavos de madera en los órganos genitales hasta que ellas sucumbieron» (1)

{(1) Podrían reproducirse, de acuerdo con las informaciones facilitadas por los diarios, mucho hechos de este género. Contentémonos con citar un telegrama de Londres, relativo al proceso de Luneburg, donde fueron juzgados Josef Krammer y 45 otros acusados: «Estos dieron muestras de inquietud en el curso de la deposición de los testigos que relataron como en los campos de concentración de Belsen y de Auschwitz los detenidos eran golpeados hasta infringirles la muerte y que los médicos de los S.S. hacían experiencias sobre los prisioneros. Un médico hizo transfusiones de sangre de mujeres pertenecientes a un grupo sanguíneo a internadas pertenecientes a otro grupo. Todas estas mujeres cayeron gravemente enfermas y muchas murieron. Un otro médico S.S. intentaba experiencias de esterilización sobre muchachas con ayuda de rayos que destruían sus órganos genitales. Otro testigo de la acusación ha citado el caso de una internada a quien el médico clavo sobre el pecho una placa de metal por la que hizo pasar la corriente eléctrica sin que antes fuese previamente insensibilizada. Otros testigos han explicado así mismo que una vez las experiencias terminadas, las víctimas supervivientes eran enviadas a la cámara de gases.» (Timpul, Bucarest, nº del 5 octubre 1945).}

Lo que sufrieron las mujeres en los campos de concentración y en las prisiones no es en nada inferior a las torturas infringidas a los hombres. Estos, si nos limitamos solamente al hecho sexual, podían ser esterilizados o castrados; pero las mujeres violadas, las niñas destrozadas (pues la edad no se tenía para nada en cuenta cuando se lanzaban a la orgía sanguinaria) cosechaban, además de las enfermedades venéreas, el fruto más odioso, el más insoportable en ese desencadenamiento de pasiones desnaturalizadas: el embarazo.

Muchas de ellas morían en los alumbramientos o eran sacrificadas antes de parir –pues el imperativo de la «pureza de la raza» no permitía a esos brutos con figura de hombre el perpetuarse con mujeres de los pueblos inferiores. Estas no podían ser más que carne de placer, carne fresca para saciar el frenético «Lutsmord» –la voluptuosidad de matar– no sangre para procrear.

Y sin embargo, en algunos campos de concentración, las [30] mujeres daban a luz. Se les dejaba alumbrar para que sus sufrimientos y sus humillaciones llegasen hasta los últimos límites de la resistencia humana, «¡Por encima del bien y del mal!», esta declaración no era ya la vana divisa metafísica creada por la pluma del desgraciado Nietszche: fue una realidad en un mundo donde reinaban la locura sardónica y la ferocidad implacable para las que no existe remedio, para las que sólo cabe el aniquilamiento consumado en su propia hipertrofia y en su misma repugnancia.

* * *

Quisiéramos reproducir por entero el artículo de una mujer deportada «Yo vuelvo de Auschwitz» («Renasterea Noastra», Bucarest, nº del 16 junio 1945). La autora, Mimi Grünberg, escapó por azar a la cámara de gases y al horno crematorio.

Conoció toda la gama de los sufrimientos y de las humillaciones, imposibles de describir con palabras y que sólo pudieron sentir los que la han sufrido. En este artículo ella se dirige a las mujeres afortunadas que tuvieron la suerte de vivir, durante la matanza, su existencia perezosa, confortable y vacía –las que, si llegaban a procrear, eran cuidadas en clínicas, en habitaciones llenas de flores y que «saludaban al pequeño ser febrilmente esperado».

«Y yo he visto –¡escuche usted bien, señora!– una mujer también querida y mimada un día por los suyos, dar a luz a un niño en el campo de concentración de Auschwitz. Llovía a mares sobre el techo de la barraca de madera, por encima del cuerpo contorsionado por los dolores del alumbramiento. La mujer se retorcía de sufrimiento sobre el cemento húmedo, empapado por el fango que traían de afuera millares de pies, contemplada por millares de ojos. Mil mujeres la vieron en el fango, el cuerpo medio desnudo, bañado en su propia sangre. Destrozamos nuestras camisas sucias para envolver a la criatura. He visto a un pequeño, morado de frío, tendido sobre el cemento fangoso, gimiendo bajo la lluvia que inundaba su cuerpecito. A pesar de este sacrificio, la madre no pudo conservar a su hijo: se lo llevaron allá abajo, donde todos nuestros hijos, tan hermosos, tan gentiles como los vuestros, encontraron la muerte: la cámara de gases y el crematorio.»

Esta criatura –y aquí está lo sublime de la maternidad, trágica y sagrada– era un hijo deseado, incluso en el más profundo abismo de la miseria y de la ferocidad. Fue concebido en el hogar familiar. Pertenecía a la mujer deportada y al esposo que agonizaba en otro campo de concentración, si no estaba ya [31] muerto. Este niño pertenecía a una madre de un país invadido; más todavía: era el retoño del pueblo más blasfemado, el más miserable, el más martirizado que existe y que erra a través del mundo, el pueblo sin tierra propia –un pueblo «degenerado», una raza «vieja y podrida» que debía ser totalmente exterminada de la faz de la tierra. Este niño nacido sobre el fango ensangrentado del campo de concentración de Auschwitz, en el Reich sacrosanto de la «raza pura», del pueblo de los señores del mundo», este niño era, pues, judío. Y debía perecer como los otros niños de los pueblos inferiores, estos pueblos compuestos de esclavos y de bárbaros –después de haber nacido entre indecibles sufrimientos– para satisfacción suprema de estos dementes de sangre fría, ceñidos con la sombría armadura del odio y del crimen, que querían dominar al mundo entero, como decía el viejo pastor de «Juventud pagana», bajo el signo de Piscis –la era milenaria, lívida y glacial, de una humanidad estúpida, castrada, arrastrándose a los pies de un Fürher, ¡el soberano único, incomparable y todopoderoso! [32]

VI
¡Si se hubiese aplicado a tiempo la ciencia eugénica a los padres de Adolfo HitIer! – La biografía del Fürher debería ser escrita. – La genealogía de los dictadores. – Los pueblos en la encrucijada de su destino. – La advertencia del Prof. Dr. G. Marinesco. – Eugénesia positiva y eugénesia negativa. – La esterilización como arma política. – La aplicación de la ley eugenica en el III Reich. – Los tribunales eugenicos. – Las «medidas utópicas» convertidas en normas de exterminación. – ¡Los locos transformados en educadores! – Descubrimientos de las comisiones de encuesta. – El «Herrenwolk» se devora a sí mismo. – La profilaxia social en los países super-poblados. – La paz debe ser obtenida por la ciencia eugénica. – La verdadera higiene de la especie humana. – La esterilización de los sub-hombres y de los «criminales de guerra».

Si, en la época del nacimiento de Hitler, la ciencia eugénica hubiese llegado al punto de desarrollo teórico y práctico que nosotros conocemos hoy, es posible que un médico perspicaz –después de haber examinado a los padres del Fürher, sus hermanas, y estudiado la genealogía de las familias emparentadas– hubiese descubierto en esa extraña criatura, los signos anunciadores del tirano sanguinario que debía dominar durante doce años ochenta millones de seres e intentar la experiencia más temeraria de sometimiento del mundo jamás ensayada.

La biografía de Hitler debe ser reescrita a la luz de las informaciones recogidas a consecuencia de las investigaciones científicas desembarazadas de mentiras y de embellecimientos oficiales. Se sabe que es hijo del segundo matrimonio de un padre más que mediocre, que no se contentó con los vástagos engendrados en un primer matrimonio. Por otra parte, ¿qué papel ha desempeñado en la infancia del Fürher la influencia materna? Es solamente por una genealogía rigurosa –como la que ha sido establecida en América relativa a los 2.820 descendientes degenerados de la célebre Ada Juke– como se podría [33] demostrar una vez más cuan vital es para la humanidad el conocimiento de las predisposiciones y de las taras hereditarias.

Pues los grandes y los pequeños delincuentes –ladrones, asesinos, desvergonzados, alcohólicos, sifilíticos, dementes, sádicos, &c.– no ejercen solamente sus tendencias malhechoras en la «vida privada» sino en una medida más grande todavía en el dominio político-social. Si el padre del Fürher hubiese sido esterilizado a tiempo o si a su madre se le hubiese impedido llevar a término su embarazo, es cierto que la humanidad hubiese contado con un verdugo menos; y no es exagerado decir que los numerosos, muy numerosos desastres que encontraron su fin en la guerra mundial de 1939-1945 hubieran podido ser evitados.

Y lo que aquí decimos de Hitler, se aplica también a Mussolini, que hizo reinar durante veinte años del azote del fascismo sobre Italia y en los países latinos, igual que a una serie de «dirigentes» –serviles imitadores de los grandes tiranos– que presentan las mismas deficiencias físicas, mentales o psíquicas. Se trata, pues, de una categoría de malhechores políticos, en el sentido más brutal y más odioso de la palabra, rodeados de ejércitos enteros de lacayos y de esbirros, celosos ejecutores de sus órdenes.

Hemos expuesto en otras obras ese problema central de la vida pública («Humanitarismo y eugenismo»; «Freud y las verdades centrales», &c.) y no queremos volver aquí sobre ello. Pero insistimos sobre la necesidad de ver aplicadas las leyes de la eugénesia, negativa y positiva, si queremos beneficiar realmente de la paz y gozar de un nuevo orden de cosas, nosotros supervivientes de la segunda guerra mundial; nosotros y nuestros sucesores. Todos los tratados de paz, todas las reformas sociales, todas las convenciones económicas y «arreglos» culturales o políticos, serán inútiles en tanto que el mal no sea extirpado de raíz. Ante todo, la solución del problema pertenece a la medicina social –es decir, a esta vasta acción de estudio de las causas disgénicas y de represión de las tendencias mortíferas y destructivas, manifestadas por centenares de millares y de millones de individuos instruidos en las escuelas y los campos militarizados.

«Podría decirse que todos los pueblos están destinados, en un momento dado, a la transformación, a la degradación e incluso a la desaparición. Y esto depende de la suma de energías morales, intelectuales y físicas que posee un pueblo; de suerte que lo que resta del pasado histórico de este pueblo es una huella dolorosa. Otros pueblos han dejado rastros luminosos por sus obras en el dominio del bien, de la belleza y de la verdad. Pero estas obras están en relación con la energía de los pueblos. [34] Y lo que es más extraño es que es justamente el hombre, que ha realizado milagros que han hecho de él el rey del universo; justamente este hombre que ha sabido descubrir el fuego, que ha captado la electricidad de las nubes, que ha descendido al fondo de los océanos y que, en fin, ha montado sobre la estratosfera; el hombre, que ha vencido al tiempo y a la distancia, este hombre, justamente, cuando se trata de conocerse a sí mismo, permanece en la ignorancia. He aquí por qué la frase de Sócrates: «Conócete a ti mismo», es el consejo de un profundo pensador.»

Estas líneas, escritas por un sabio neurólogo y psiquiatra, el profesor G. Marinesco, en el prefacio de un estudio sobre la ciencia eugénica {(1) «Herencia y Eugenismo», por el Prof. Dr. G. K. Constantinesco, ed. Librairia Académica, Bucarest, 1936.} deben ser meditadas por cuantos están convencidos de que una higiene social, luchando contra los azotes de la fuerza y de la intolerancia, de los dogmas políticos y de las herejías morales, es tan necesaria como el empleo de una higiene individual contra las epidemias y las enfermedades hereditarias. Pues la finalidad perseguida por el eugenismo, como muestra el profesor G. K. Constantinesco, es «de un lado evitar la degeneración del pueblo y del otro asegurar el progreso. El eugenismo tiene, pues, un lado negativo y otro positivo. Dentro de este espíritu, la ciencia eugénica tiene la obligación de estudiar la sociedad para darse cuenta de en qué dirección ella evoluciona, de suprimir los estados decadentes, de detener la multiplicación de hombres moralmente deficientes y de estimular el aumento y la multiplicación de los hombres superiores; de reconstituir la vida familiar allí donde ella se encuentre debilitada, de promover una educación higiénica de la juventud, &c.

Es cierto que la ciencia eugénica empieza a ser aplicada en ciertos países en gran escala. Pero si nos limitamos aquí a lo que concierne a la Alemania nazi, constataremos que esta ciencia fue falseada por uno de los dogmas más mortíferos: el de la «pureza de la raza», el del «arianismo», que, según especialistas reputados, no tiene ninguna justificación biológica, ética ni espiritual. Y el método de la esterilización se convirtió en una terrible arma política, utilizada primero por el partido nazi contra sus adversarios interiores y contra ciertas categorías sociales y extendido después, durante la guerra, a los pueblos y las «razas inferiores».

Según la revista «Deustche Justiz», la ley sobre la esterilización ha sido aplicada desde 1934 –para dar un solo ejemplo– en la enfermería de la prisión especial de Moabit, en Berlín, a 111 «delincuentes sexuales», que han sido desvirilizados. La ley hacía una distinción entre la esterilización y la castración, pero esta última operación fue puesta en práctica en 1935, no solamente [35] sobre los criminales «incurables» sino también sobre los «enemigos de la patria». En el tercer Reich, la ley eugénica del primero enero 1934, consideraba la castración como una pena accesoria a la condena, y la esterilización como una simple medida de orden público destinada a reforzar «una buena higiene de la raza». Se crearon pretendidos «tribunales eugénicos», que juzgaban cada caso, dictando sentencias susceptibles de casación. Funcionaban 205 tribunales eugénicos y 26 Tribunales de Casación; se había preparado un personal técnico y jurídico en escuelas especiales. Los motivos de esterilización eran la debilidad mental, la demencia precoz, los estados de manía depresiva, la enfermedad de Huntington, el alcoholismo grave, las deformidades corporales, así como la epilepsia, la ceguera y la sordera hereditarias. En 1934, se intentaron 86.256 procesos de esterilización; más de la mitad de estos procesos fueron seguidos de una desvirilización efectiva.

Aplicada bajo el aspecto de una vasta acción de higiene de la raza, la ley sobre la esterilización ha sido extendida a todos los individuos atacados de enfermedades hereditarias. «Se quiso incluso (especificaba en 1936 el profesor G. K. Constantinesco, que ha sido miembro de la Sociedad Alemana de Herencia) llegar por una exageración manifiesta, a la purificación del pueblo alemán, del los pretendidos arios, y se tomaron toda clase de medidas utópicas en esta dirección sobre las cuales no insistiremos aquí...»

Por el contrario, debemos insistir sobre estas «medidas utópicas», pues en los años que siguieron, ellas fueron cruelmente realistas y aplicadas de una forma tan arbitraria y con tanta ferocidad que nos encontramos en presencia de un espectáculo abracadabrante, que sobrepasaba cuanto hubieran podido imaginar un Edgar Poe, un H.G. Wells, e incluso los escritores alemanes, como Hoffman, Evers y Meyring, autores de tantos «cuentos fantásticos». Y se produjo el hecho de que, precisamente aquellos a los que hubiera debido aplicarse la eugénica negativa, la ley de la esterilización provisional o definitiva, para hacerles inofensivos, «los individuos afligidos de enfermedades hereditarias» y aquellos que (por la obsesión de una ideología completamente absurda, por sugestión colectiva o por terror personal) habían llegado a ese grado de exaltación que atesta el desequilibrio psíquico y mental; ocurrió, repito, que esos degenerados y esos. malhechores, casi todos incurables, se abrogaron el derecho de aplicar a sus adversarios, en nombre de una pretendida superioridad racial y de una misión «providencial», la ley draconiana de la esterilización y de la castración.

Ella se convirtió en una ley de exterminación de los pueblos subyugados durante la guerra mundial, de las «naciones degeneradas», [36] que debían sucumbir después de haber sido agotadas por los trabajos más pesados en provecho de los «señores nórdicos», y después de haber servido, en multitud de prisiones y de campos de concentración, de cobayos a las experiencias emprendidas por «sabios» que parecían ser el producto de un semen diabólico. Parece incluso que los huéspedes de los asilos de alienados se hubiesen convertido en educadores y médicos de los hombres sanos de cuerpo y de espíritu; pues inyectaban bencina en las venas de los que eran simplemente «bocas inútiles», despedazaban a los extranjeros odiosos, fecundaban artificialmente a las niñas de trece años, estropeaban y provocaban heridas y enfermedades en desgraciados que habían sido un día hombres libres y creadores.

Los descubrimientos hechos por las comisiones de encuesta en los campos de deportados y de prisioneros, restarán como testimonios terribles para el porvenir. Decenas de millares de hombres han sido esterilizados, castrados como bestias (a la excepción de los judíos, que debían ser todos exterminados sin dejar uno, destinados a las fábricas de jabón y de abonos). En el oeste de Alemania se descubrió en un hospicio centenares de degenerados y de locos pertenecientes a la «raza elegida», a los cuales se habían aplicado los mismos «métodos experimentales» que a los extranjeros llevados por fuerza al paraíso totalitario. Esto significa que el «Herrenvolk» se había puesto a devorarse a sí mismo, como los: escorpiones y las arañas. Eran los signos anunciadores del hundimiento final, del caos en el cual el Tercer Reich debía disolverse y aniquilarse, semejante a un bosque podrido, con las raíces hundidas en pantanos envenenados.

Así, «la educación» de odio y de crimen o las estupideces ideológicas y las perversiones psico-sexuales, jugaron, como hemos mostrado antes, un papel decisivo sobre el comportamiento de un pueblo occidental que conoció épocas de ascensión cultural, pero que se dejó después subyugar por un partido militarizado y por una banda de asesinos.

Esta «educación», contraria a los ideales generosos y a los intereses permanentes de la humanidad, ha conducido al pueblo alemán a esta trágica alternativa: degradarse e incluso desaparecer o reaccionar por sí mismo mediante rigurosas medidas de profilaxis social, de purificación intelectual y moral. Alemania, lo mismo que Italia y el Japón –los tres países que poseen un surplus de población, educada en el culto de la fuerza bruta, del imperialismo militarista y obscurantista, del que surgió el incendio que ha asolado el mundo de 1940 hasta 1945– ha sido vencida y ocupada por los aliados.

La guerra fue ganada contra «los enemigos de la humanidad». [37] Precisa ahora ganar la paz para todo el mundo, sin distinción de rango social, de nacionalidad, de religión y de raza. Una paz útil para los individuos que quieren adquirir por el trabajo el derecho a una vida digna, sana y libre –y que quieren superarse por la cultura y la belleza. A esta paz tienen igualmente derecho los individuos de los países dictatoriales que han resistido y sobrevivido a los horrores del antiguo régimen.

La paz sólo será verdaderamente justa –esto es, sin venganzas y destrucciones inútiles– si los países infectados por los azotes fascista y nazi son reeducados. Hay que empezar por las generaciones más jóvenes, dentro del espíritu de esta ciencia eugénica a la que han aportado igualmente su colaboración ciertos sabios de la Alemania cultural de antaño. Las sanciones aplicadas a los grandes y a los pequeños culpables de la catástrofe, mundial, a los «criminales de guerra», serían ilusorias si ellas solo tenían un carácter moral y jurídico.

Estas sanciones deberían ser la expresión de esta higiene de la especie humana, de este eugenismo que se propone apartar de la vida familiar y colectiva, es decir, de la «vida pública», los degenerados y los locos, los invertidos físicos e intelectuales, todos los anormales que, revestidos o no de un uniforme militar, se intitulaban «factores políticos». Es decir, que se creían predestinados a ser los dirigentes todo poderosos de esas inmensas multitudes de imbéciles, de cobardes, de esclavos, de viciosos, de criminales y de sádicos, a los que se daba la ocasión de satisfacer plenamente sus inclinaciones lúbricas, cúpidas o sanguinarias, en el desarreglo planetario de la guerra.

Millones de tales sub-hombres deben ser realmente reeducados como si se tratase de débiles mentales. Y si son incurables, deben ser esterilizados, pero teniendo en cuenta todas las reglas de una ciencia honrada y prudente. La operación debería ser hecha en cada país por los mejores y más lúcidos especialistas. En Alemania, la operación de la esterilización debería ser efectuada por los alemanes que, por su resistencia al frenesí del Mal, han probado –en su propio país y en el exilio– que existe todavía una esperanza de redención, incluso si los culpables se han hundido todos en el abismo de su abyección, arrastrando con ellos a numerosas víctimas inocentes. [38]

Eugen RELGIS


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Camilo Berneri
El delirio racista
I
Abracadabra de la Antropología hitleriana
El ideal étnico es, según Gobineau, el dolicocéfalo rubio. Este ideal no es sino una de las tantas manifestaciones del romanticismo antropológico. Todos los antropólogos están ahora concordes en sostener que las medidas craneológicas no son indicio de la capacidad mental y del valor moral de los pueblos ni de los individuos. La dolicocefalia, tan exaltada por los pangermanistas, es frecuente entre los erguimeles y los hotentotes, pueblos muy primitivos y mongoloides, y muchos pensadores geniales (Laplace, Kant, Voltaire, &c.) eran braquicéfalos. Netamente braquicéfalos han sido figuras representativas de Alemania: Lutero, Beethoven, Bismarck, &c.

Todas las publicaciones oficiales alemanas de vulgarización etnológica están absolutamente desprovistas de todo valor científico. Responden únicamente a un intento demagógico y educativo (en sentido nacionalista) típicamente expresado en este pasaje del Morgenpost, de Berlín: «Así como Goethe desciende de los emperadores y reyes alemanes, también las venas de más de un modesto artesano o campesino deben contener sangre de príncipe. Las investigaciones tendrán por fin persuadir a los niños, nietos y bisnietos que, descendientes de antepasados ilustres, deberán mostrarse dignos de ellos con una existencia gloriosa.»

El mito ario entra perfectamente en el cuadro de la mística nacional-socialista. Por un lado exalta el sentido nacional, por otro halaga al pueblo confiriéndole una especie de nobleza congénita. El hitlerismo procede a una colectivización de la sangre azul; de ahí la razón principal de la popularidad que está adquiriendo esta colosal trampa. Ciertamente, hay verdad en este cuadrito de un oficio de investigaciones genealógicas trazado por el Voelkischer Beobachter, de Munich, en agosto de 1934:

«La mujer de ancestros de Munich no es de ninguna manera –como uno se sentiría tentado a creer– una vieja pedante, sino una linda y joven mujer, encargada de buscar los [39] ascendientes de quienes, por razones diversas, tienen necesidad de poseer datos exactos sobre sus antepasados.
Las oficinas de investigaciones genealógicas son requeridas cada vez más por los habitantes, quienes experimentan una alegría infantil en conocer los nombres, profesiones y otros detalles sobre antepasados de los que hasta ahora no se cuidaban en absoluto a decir verdad. Es un mérito del gobierno nacional-socialista tener, por el párrafo ario, despierto en nuestros compatriotas ese sentimiento nuevo y retrospectivo de la familia, y a menudo es dable asistir a escenas verdaderamente emocionantes en esas oficinas, como, por ejemplo, la que me fue dado participar recientemente.
Me encontraba en el escritorio de la mujer de ancestros de la oficina de investigaciones genealógicas de Munich. Después de varias personas que habían ido para informarse, se hizo entrar a un joven que iba a casarse y tenía necesidad de establecer la lista de sus ascendientes. Una quincena antes había hecho su pedido y ahora la mujer de ancestros se puso a leerle la lista de sus abuelos. Después de cada nombre, apellido, fechas de nacimiento y de deceso, &c. volvía sin cesar la mención «ario». Observé al joven y vi que su cara, hasta entonces pálida e inquieta, se volvía cada vez más radiante. El murmuraba: "Mi abuela aria; mi abuelo, ario; mi bisabuelo, ario..."
Bruscamente se adelantó hacia la joven que le devolvía sus antepasados y, en un impulso de alegría delirante, gritó: "¡Gracias, gracias! ¡Oh, qué alegría saberse tantos antepasados de sangre pura!"
Cuando salió, la mujer de ancestros me dijo simplemente, con una lágrima en los ojos: "¡Esas son mis mejores, recompensas!"»

Un alemán 100% se mirará al espejo luego de haber leído en las publicaciones oficiales estos principios de la... ciencia hitleriana:

«En los no-nórdicos, las raíces de los dientes están más inclinadas, como en los animales, lo que corresponde a la protuberancia animal, del maxilar superior.»

Y se sentirá tentado a hacer uso del lápiz de su mujer, reflexionando sobre este otro principio:

«Lo mismo que el color rojo tiene un efecto excitante, la boca rojo-clara del hombre nórdico atrae, en cuanto reclama el beso, tocante a los juegos del amor.»

Comiendo, vigilará el trabajo de las mandíbulas, pondrá la boca como un corazón o tratará de hacerla como filo de cuchillo, ya que del otro modo pasará por dinárico u oriental-báltico, si no por hebreo. [40] En efecto, las publicaciones oficiales advierten:

«La masticación del nórdico, que tiende a aplastar y triturar el alimento, se hace con la boca cerrada. Al contrario, en los no-nórdicos la masticación vertical tiende, como en los animales, a ser ruidosa.»
«... en los no-nórdicos la boca ancha, de labios abultados, es signo de concupiscencia. Absorbe ruidosa y glotonamente, ávida de sensaciones. Se la ve gesticular hipócritamente, feliz de poder ser molesta.»

Y ya no tendrá temor de enrojecer, antes querrá volverse rojo como un pimiento o al menos como una púdica niña, ya que:

«El pudor verdaderamente caracterizado no existe sino en los nórdicos, que por lo demás nombran "pudor" a las partes sexuales. Por otra parte, el hombre de piel obscura no puede enrojecer púdicamente sino muy difícilmente.»

Si sus dientes son bien verticales, si su boca es colorada &c., &c., estará bien satisfecho, pues pensará ser un hombre perfecto y no un medio mono. La antropología hitleriana enseña:

«El no-nórdico es intermediario entre el hombre nórdico y los animales, desde luego los monos antropomorfos. Por ello no es un hombre perfecto, ni es de ningún modo hombre por oposición al animal; sólo es una transición, una etapa intermedia. La denominación "sin hombre" es mucho más justa y especialmente indicada.»

El cuadro de las razas debe considerarse en distintas familias alemanas. Y debe ser diligentemente estudiado el A.B.C. del nacional-socialismo del doctor Rosten, que hace la siguiente exposición de las diversas razas europeas:

«Hay 5 razas principales en Europa:
La raza dirigente es la raza nórdica. Sus características son las siguientes: El hombre nórdico es grande, delgado, tiene las piernas largas. La raza nórdica se distingue por la cabeza alargada, la cara angosta, el cuello largo, la nariz angosta, los labios delgados y el mentón acentuado. La piel es clara y rosada, la sangre está a flor de piel; los cabellos son lisos en la infancia, pero a veces se encrespan; su color va del rubio claro al rubio dorado u obscuro tirando a bermejo. El color del iris varía entre el azul y el gris. El hombre nórdico se distingue por su audacia, su rectitud, su coraje, su sinceridad, su magnanimidad y su amor al orden. Está predestinado a ser jefe.
La raza occidental: El hombre occidental es de talla pequeña: 1 m. 60 término medio. La forma de la cabeza recuerda la de la raza nórdica, pero la frente es sensiblemente más pequeña, [41] la nariz más corta y menos puntiaguda, el mentón menos acentuado, el perfil más suave y la piel un poco más morena. El color de los cabellos varía entre el castaño y el negro; el iris entre el pardo y el negro. La raza occidental no tiene sino pocos representantes en Alemania. El hombre occidental se distingue por su pasión fácil de desencadenar, su curiosidad, su astucia; obra siempre por cálculo y es afectado en el hablar. Se hace notar por su orgullo, su falta de principios, la ausencia del sentido del orden y la tendencia a la crueldad.
La raza dinárica: El hombre dinárico es de talla mediana. La cabeza y la cara son redondos, el corte transversal de la cabeza corresponde a un óvalo. La frente es ancha, la nariz larga y curvada del tipo aguileño, el mentón acentuado y puntiagudo; las orejas son casi siempre grandes y carnosas; los cabellos rizados castaños o negros, la piel morena, el iris casi negro. Por su estado de alma la raza dinárica tiene bastante semejanza con la raza nórdica. Sus cualidades dominantes son la fuerza, la rectitud, la audacia, la honestidad, el amor a la patria, la confianza en sí. Esta raza ha provisto muchos grandes hombres.
La raza oriental: Es de talla pequeña, 1m 63. Las piernas son cortas; las manos y caderas carnudas, como si estuvieran acolchadas; la cabeza es redonda y se halla sobre un cuello muy corto; la cara, obtusa; el mentón es ancho y redondo; los ojos, un poco apretados. El hombre oriental da siempre la impresión de ser sucio y descuidado. Su piel es amarilla y muerta, sus cabellos tupidos y enmarañados. Así como su exterior está lejos de la belleza del hombre nórdico, sus cualidades morales están lejos del bienestar y del orden de aquél. El hombre oriental tiene espíritu estrecho sin vuelos de fantasía, es incapaz de grandes pensamientos. No gusta del riesgo; tanto puede ser monárquico como republicano; lo principal es para él la seguridad de su portamonedas. El oriental se distingue por su menosprecio y su odio hacia la raza nórdica. Los matrimonios mixtos entre nórdicos y orientales siempre son desdichados. Pese a la discordia eterna, el matrimonio en que hombre y mujer son orientales es algunas veces soportable. En Alemania la raza oriental está numerosamente representada en Alta Silesia, en Saxe y en el Sudoeste del país. Y como en esos hombres no está desarrollado el amor a la tierra, la dejan fácilmente; entre ellos se reclutan los trabajadores industriales.
La raza oriental-báltica: En Alemania oriental se halla a menudo una raza que, por el color de sus cabellos, la forma de su cabeza y por los ojos, se podría tomar por la raza nórdica. En realidad nada tiene de común con ella. El: hombre oriental-báltico se caracteriza por su esqueleto robusto y la anchura de [42] sus hombros; su cabeza es ancha, huesosa, con acentuación de la parte inferior; el perfil es obtuso; la nariz, corta y respingada. Dan impresión de hallarse mutilados a causa de sus anchas fosas nasales que hacen su rostro más obtuso aún. Los cabellos son claros, y van del rubio ceniza al dorado; la piel es gris y los ojos color de agua. Las características del alma báltico-oriental han sido dadas por el. doctor Dieter Gerhardt de la manera siguiente: la raza oriental-báltico no es lista, es necia, estrecha y desconfiada; es trabajadora, inaccesible, fuerte, pero precisa, de una dirección fuerte y severa. Tras un exterior calmo se oculta un espíritu eternamente descontento, una alta opinión de sí mismo y una débil voluntad. Estas características, con la tendencia a la crueldad y a la brutalidad, hacen de los hombres báltico-orientales defensores ardientes del bolchevismo.»

El profesor Gunther escribe:

«El elemento báltico-oriental en el seno del pueblo alemán es a menudo origen de proyectos necios, de ideas confusas en todos los dominios de la vida. Está fuera de duda que este elemento vicia la sangre de la raza germánica. El hombre oriental-báltico es inmoral; le faltan todos los impulsos de orden moral.
El instinto sexual se presenta en él en formas repugnantes: la perversión y la comunidad de las mujeres. El bolchevismo tiende a introducir esas formas en el mundo entero.
La raza oriental se vuelve igualmente hacia el comunismo, lo que se expresa en numerosos crímenes contra la propiedad que caracterizan a esta raza. Así es cómo los checos son conocidos como ladrones en el mundo entero. En Alemania oriental mismo, donde el elemento báltico-oriental está bastante apreciablemente representado, se roba mucho. Esta raza está formada sobre todo de pueblos eslavos; no constituye una raza homogénea propiamente dicha, sino una mezcla de diferentes razas inferiores.» [43]

II
¿Existe el Homo germanicus?
La misma literatura de propaganda racista admite, como hemos visto, la heterogeneidad étnica de la población alemana. Un diario hitleriano (Koralle, 31 de agosto de 1933) decía: «El concepto de la raza es de la mayor importancia para nuestro pueblo. Los agentes de nuestra cultura deben reclutarse entre individuos de una raza de una mezcla racial determinada: la raza dirigente debería, pues, ser la nórdica o a lo sumo la occidental.» Ahora que, mientras el homo germanicus debe ser rubio, delgado, alto y viril, Hitler es moreno, Goering es obeso, Goebbels enano y Roehm era un invertido constitucional. Los caracteres antropológicos que prevalecen en los exponentes del hitlerismo son dináricos, orientales, báltico-orientales, pero nunca nórdicos. No se trata de un caso. El homo germanicus no prevalece en Alemania. Una encuesta verificada en las escuelas alemanas dio los siguientes resultados:

31,8 % rubios puros, de ojos azules o grises,
14,1 % morenos, de cabellos y ojos obscuros,
54,1 % tipos mixtos.

En la más pura raza frisona se cuenta el 18% de dolicocéfalos, el 38% de medos, y el 49% de braquicéfalos.

El tipo nórdico se halla esparcido en toda Europa y no constituye en Alemania una base posible para la purificación de la raza.

El abate Boleslaw Rosinski, profesor de la Universidad de Lwow, decía en un artículo sobre el problema de las razas desde el punto de vista antropológico (Gazeta Polska, Varsovia, agosto de 1933):

«El tipo nórdico aparece tanto entre los ingleses como entre los escandinavos y noruegos. Está igualmente representado en Polonia y Alemania. Todas las nacionalidades que habitan Europa Central son del tipo ya armenoide, ya laponoide, o bien de [44] los diversos tipos secundarios. A esta categoría de países pertenecen Francia central, Suiza, Alemania del Sud, la Pequeña Polonia, etcétera.
Cada nación está sujeta, en el curso de los siglos, a la evolución antropológica. Las relaciones proporcionales entre los diversos elementos pueden hallarse modificadas –por ejemplo– en el seno del pueblo. Esta evolución es obra de los factores hereditarios y de la selección natural. Dado que los elementos laponoide y armenoide prevalecen sobre el elemento nórdico en el cruzamiento, donde esos tipos antropológicos se encuentran el elemento nórdico tiende a ser suplantado por los demás. Los alemanes de las regiones centrales son, entre otros, quienes sufren esta evolución. Por consiguiente, si un pueblo cualquiera se propusiera cultivar, en el marco de sus fronteras, un solo tipo antropológico a fin de identificar la raza con la nación, debería comenzar por deshacerse de todos los individuos pertenecientes a los tipos antropológicos diferentes, a despecho de los sentimientos patrióticos que pudieran animarles y de su genealogía que les hace pertenecer a la patria desde muchas generaciones. Todos los demás procedimientos jamás llegarán a purificar la raza en el sentido antropológico de la palabra. En Alemania semejante medida llegará además a la descalificación de la mayoría de la población. El mismo fundador del movimiento racial, no pasaría por el tamiz.» [45]

III
Las razas puras
No sólo el homo germanicus puro es un personaje mítico; también lo es el homo europeaus. Deniker (Les races et les peuples de la terre, París 1900), queriendo intentar un mapa que representara la repartición aproximada de las razas de Europa, debió dejar en blanco casi toda Rusia, la península balcánica, Alemania septentrional, &c.

La raza anglo-sajona tendría como vivero la Gran Bretaña, en la que las mezclas étnicas son grandísimas, y los Estados Unidos de Norte América, que son un mosaico étnico. Bajo la denominación de raza eslava están comprendidos los pueblos más diversos: las numerosas y varias poblaciones del Rusia, los polacos, los eslovenos, los croatas, los rutenos.

Los racistas húngaros sostienen la existencia, y la pureza, de la raza magiar, a pesar de que los magiares, instalados en Hunternas, los getas, los ilirios, los penonios, los sármatas, los yasigria en el siglo IX, se hayan mezclado con los dacios, los basgas, los vándalos, los búlgaros, los alanos, los havarés, los hunos, los suecos, los cuados, los marcomanos, los gépidos, los longobardos y los godos. Y todos estos pueblos estaban bien lejos de ser razas puras.

La mezcla de las razas ha hecho desaparecer la raza aria hasta en la India. Creo interesante reproducir aquí un pasaje de un artículo del escritor hindú Acharya, sobre cuestiones de razas (L'en dehors, París-Orleans, mediados de septiembre de 1933):

«Hasta en la India, donde la pureza de la sangre constituía la base de la casta, de manera que nadie podía comer y casarse fuera de la casta y, especialmente entre los bramanes, se enseña a los niños desde hace miles de años a recordar el nombre de los compositores de los Vedas, cuya sangre corre en sus venas, no es posible que la sangre sea puramente aria, de manera que no hay certidumbre de pureza de raza. [46]
Naturalmente, se enseña a los bramanes a creer y proclamar que son arios puros porque descienden de los escritores védicos y, por consiguiente, poseen algunas gotas de sangre aria. Pese a la rigidez de reglas de las castas, hasta en lo que concierne a la nutrición, cuyas reglas se observan hasta estos últimos tiempos, cada población y cada familia presenta una variedad de tipos que va del mongol al semita y al mestizo europeo, y hasta al negroide. Si es difícil, pues, que las razas se conserven puras en la India, donde el casamiento fuera de la casta ha sido estrictamente impedido, ¿qué será de los germanos «puros», los latinos «puros», los eslavos «puros», de Europa, donde el casamiento es desde hace tiempo un asunto privado, individual, y la castidad sexual femenina no ha podido ser aplicada rigurosamente? En la misma India no ha podido ser observada. ¿Cuántos niños no son fruto de un adulterio en el matrimonio?
Proviniendo yo mismo de una de las castas bramanas más ortodoxas –hasta mi desembarque en Europa– quizá pudiera proclamar que soy el ario más puro que vivo actualmente. Nadie de nuestra casta podía comer o contraer matrimonio ni aun con otros bramanes en toda la India. Otros bramanes podrían comer con nosotros, pero ninguno de nosotros en casa de ellos. El casamiento fuera de nuestro medio era, pues, imposible, ya para los varones, ya para las mujeres. Si alguien se casaba fuera de nuestra casta especial, él o ella quedaban automáticamente excluidos como si hubieran salido voluntariamente de la casta. No había ninguna esperanza de volver a ella ni de ser reintegrado más tarde, sobre todo para una niña o la mujer desposada por un miembro de la casta.
Aun mismo en el Norte de la India, donde la sangre aria se halla más esparcida, es imposible encontrar un ario puro, ni aun entre los bramanes, pues los inmigrantes o invasores arios se mezclaron a la población india primitiva. Los hindúes del Norte nunca fueron tan estrictos como los del Sud en cuanto concierne a la nutrición y el casamiento en otra casta. A pesar del hecho que mi casta conservaba su sangre bramana y aria pura, aun a cubierto del contacto con otros bramanes, ¿qué por ciento de sangre aria corre realmente por mis venas?
Es cierto que, de una manera u otra, el primer antepasado de mi casta se casó entre los aborígenes de la India del Sud (cuando no debió ser, sino entre sus sacerdotes) y sin embargo llamó «arios» a sus hijos, porque tenían sangre aria mientras otros carecían de ella. Pero eso no hace de un bramán un ario puro, cualquiera sea la cantidad de sangre aria que pueda conservar. ¿Hubo nunca una ley impuesta a los europeos para que la sangre mezclada deje de serlo más aún? De ninguna manera. Sin embargo, hablan de la pureza de la sangre latina, de la [47] sangre germana, de la sangre eslava porque imaginan que debe de ser y que es. No puede ser sino menos pura en Europa que en las Indias, porque ninguna ley ha sido aplicada sobre el casamiento para conservar pura la progenitura.»

En Europa son precisamente las grandes personalidades las que esquivan el atributo de «pureza» étnica. En la aristocracia y en la burguesía de todos los tiempos las mezclas han sido siempre frecuentes, y estas clases son las que han dado el mayor número de pensadores y artistas considerados como exponentes típicos del «alma nacional». No me es posible extenderme sobre el argumento, que exigiría un tratamiento vastísimo, pero creo útil citar algunos ejemplos ya que, aun entre nosotros, ajenos a las infatuaciones racistas, es frecuente el uso de expresiones como «espíritu latino», «alma eslava», &c. para caracterizar ciertos aspectos del la cultura de uno u otro pueblo.

El emperador Justiniano, considerado el sistematizador del derecho romano y erigido como símbolo máximo de la grandeza de Roma, era hijo de una aldeana eslava. Montaigne, del cuyo «espíritu francés» son muchos quienes han escrito, era hijo de una hebrea. El alma eslava con la que los críticos explican casi todos los aspectos de la literatura rusa es un mito, si se entiende como un complejo de actitudes ligadas con los caracteres étnicos. El abuelo materno de Puchkin, el gran poeta ruso, era hijo de un abisinio y una alemana, y entre sus ascendientes paternos había un prusiano que casó con una italiana. El poeta ruso Vassili Jukovsky era hijo de una turca, y de descendencia tártara era el poeta ruso Ogariov. El poeta ruso Delwig pertenecía a una familia alemana y el poeta ruso príncipe de Kantemir era hijo de una griega. El poeta ruso Fete descendía de una alemana. Mikail Lermontov era de origen escocés y Herzen era hijo de una alemana.

Muchos escritores actuales presentan un nudo étnico en su descendencia, que hace recordar el del escritor socialista francés Paul Lafargue, cuya abuela paterna era una mulata de la isla de Santo Domingo, mientras el abuelo materno era hebreo y la abuela materna era una indiana caribe, es decir, una supérstite de la población aborigen de las Antillas.

Camilo BERNERI



Folleto de 48 páginas, número 18 (lleva fecha de 15 de agosto de 1949) de la colección El Mundo al día (Cahiers mensuels de Culture), publicada por Ediciones «Universo» (29, Rue des Couteliers, Toulouse).


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© 2001 www.filosofia.org Eugen Relgis (1895-1987)
Las aberraciones sexuales en la Alemania nazi (1949)